Opinión
Los reinos anglosajones
A finales del siglo IV las legiones romanas habían abandonado Britania casi en su totalidad. Aun cuando las fuentes históricas no son demasiado fiables parece ser que los pictos y los caledonios fueron los primeros invasores que irrumpieron a sangre y fuego. Para defenderse, un bretón, Vortingern, pidió auxilio a los sajones ofreciéndoles tierras para su asentamiento a cambio de su ayuda. Esta fue la puerta por la que se produjo la entrada de los germanos (401-835), que sometieron a un país atemorizado y paralizado por el terror. Excepto en Kent, destruyeron la mayor parte de las ciudades bretonas y de origen romano, produciéndose importantes migraciones de poblaciones hacia los extremos occidentales de la isla, hacia Bretaña y hacia la Península Ibérica, originándose la desertificación de grandes extensiones de territorio. San Gildas expresa la situación con un tremendo realismo: «Todas las colonias son arrasadas por el golpe del ariete destructor, los habitantes son asesinados junto con los guardianes de sus iglesias… la espada brilla por doquier…».
El establecimiento de los reinos sajones comenzó en la segunda mitad del siglo V y prosiguió durante 150 años. El primer reino se estableció en Kent en el año 473. Hacia 477 los sajones se instalaron en Sussex, al norte de Norfolk. Estos fueron los ejes de penetración hacia el interior, desde el sur y el este, fuertemente marcado por sangrientos combates contra los bretones. San Gildas señala los heroicos hechos de dos personajes, Ambrosius Aurelianus y el legendario Arturo, que intentaron detener durante cincuenta años la progresión sajona hacia el oeste seguramente reiniciada con la llegada de nuevos contingentes sajones en la segunda mitad del siglo VI, creándose en el norte los reinos de Deira y Bernicia por parte de los sajones que salen de Wessex y de la región de Wash.
Esta invasión aportó el culto a los dioses de la naturaleza, la exaltación de la fuerza y la muerte heroica con fin supremo del hombre. Sólo en Irlanda permaneció en los monasterios celtas la luz del cristianismo. En Roma, desde donde se seguían los acontecimientos, el papa Gregorio Magno (590-604) decidió enviar un guía y maestro que predicaría la fe y trataría de unificar el cristianismo en Britania. Este fue un monje benedictino llamado Agustín, al frente de cuarenta monjes procedentes del monasterio romano de San Andrés. En el año 570 tuvo lugar la primera conversión en masa y en el año 601 fue ganado para el cristianismo el rey Ethelberto de Kent. A partir de aquí el progreso del cristianismo fue incontenible, dirigido desde Roma por el papa Gregorio. Los monasterios fueron el eje central de la evangelización.
Salidos de jefaturas mucho más numerosas, no menos de nueve reinos se repartieron el territorio conquistado a los celtas romanizados. Bernicia y Northumbria tomaron contacto con las poblaciones más activas del norte: Deiria, Mercia, East Anglia, Essex, Kent y Sussex.
En el siglo VII se constituye la heptarquía con Bernicia y Deiria unidos en Northumbria. Los reyes de alguno de estos reinos pronto alcanzaron posiciones hegemónicas como una especie de superioridad protectora sobre sus vecinos. Al final del siglo VIII, Offa, rey de Mercia, controla Kent y Eastanglia; en el 825 Egberto se convierte en el soberano más importante justo cuando comienzan las invasiones danesas. Su obra unificadora es impresionante y supone el inicio de la unidad anglosajona. Al final del siglo IX, Alfredo el Grande, rey de Wessex (871-879) todavía dispone de fuerzas respetables, pero a su muerte de nuevo la fragmentación y la anarquía, con grandes transformaciones políticas, sociales y religiosas que imprimen sobre Inglaterra el signo de la fragmentación, mientras aparece en el horizonte la amenaza danesa («wiking» = navegantes) que llegó a dominar Inglaterra e incluso a restablecer la unidad definitiva bajo el reinado de Knut «el Grande» (1016-1035).
Desde el siglo VIII toda Inglaterra forma parte de la Iglesia romana. En ella se apoyan los reyes, porque son creyentes, pero también porque comprenden que la Iglesia de Roma, heredera de las tradiciones del Imperio Romano y depositaria de la salvación por los valores de Jesucristo, aporta jerarquía, organización y fundamentos de los que ellos carecían. Esta idea la proporciona el obispo Teodoro de Tarso y el abad africano Adriano: introducir en Inglaterra una importante biblioteca grecolatina y crear monasterios en Northumbria que, por su ciencia y prestigio, rivalizaron con los irlandeses. En el monasterio de Saint Peter en Monkwearmouth, el monje Beda el Venerable escribió (c. 735) su «Historia eclessiastica gentis Anglorum». Fue maestro de Egberto de Essex y de Alcuino de York, consejero religioso e intelectual de Carlomagno.
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