Verano

Ayuno de dopamina

Yo voy a aburrirme, que me apetece mucho. Aunque, por una parte, creo que si nos quitan hasta la dopamina, que es gratis y legal, ¿qué nos queda?

Muchos psicólogos ya lo han descrito. Nuestro comportamiento en internet se diferencia a la vida real en que lo digital conforma un circuito de recompensa inmediato. Uno va por la calle y anda. Va a comprar y paga. Sobrevive en el metro. Pero no recibe premios, palmaditas, comentarios del tipo: «me gusta cómo bajas las escaleras» o «qué bien te queda esa mascarilla». En las redes sociales, en cambio, a la foto del desayuno le siguen pulgares hacia arriba. Igual que si mostramos nuestros pies en la orilla, la cena familiar o verbalizamos una ocurrencia realmente ingeniosa. Los demás nos dan su aprobación, nos aplauden, y eso, sin que nos demos cuenta, desencadena una reacción en nuestro hipotálamo: un chorrazo de dopamina al que, sorpresa, nos volvemos adictos. Y cada vez necesitamos más y más. Los expertos ya piden que llevemos a cabo «ayunos de dopamina» porque hemos pasado demasiadas horas en las redes sociales durante la pandemia.

Los primeros que lo practican son los dueños de las empresas tecnológicas. El consejero delegado de Twitter, Jack Dorsey, trabaja 16 horas al día y toma baños de agua helada. Se somete a dietas estrictas y también se acaba de saber que ayuna dopamina durante 22 horas. Y se preguntarán, legítimamente, cómo se hace eso. Bueno, es una terapia sofisticada que voy a tratar de sintetizar sin emplear la palabra implementar: aburriéndose. Obligándose a la absoluta falta de estímulo, el encefalograma plano, los cero grados mentales. (Nota mental: primer propósito veraniego). Pero es que tiene toda la lógica. La norma número uno de todo narcotraficante es no engancharse a la droga que distribuye. ¿Las redes pasan dopamina? Pablo Escobar fumaba marihuana y el dueño de Twitter se obliga a aburrirse. Esta lección deberían aplicársela los usuarios más intensos, víctimas sin ganancias corrientes de esa dependencia. Seguramente habrán visto a muchas estrellas de las redes abandonar su tribuna lanzando un mensaje de advertencia que dice algo así como «voy a abandonar esta red una temporada porque ya no es lo que era» esperando súplicas para hacerle cambiar de opinión. Una especie de desquite público contra la humanidad, un desagravio porque no somos merecedores de su talento y sus opiniones. Ahí tienen a un yonqui del aplauso enfadado porque le faltan cuarenta durillos (o su equivalente en «me gustas») para un chute. No crean, a esas «tuitstars» también les viene muy bien pasarse una temporada con camisa de fuerza lejos de Las Barranquillas. Y es que los «influencers» no son tan diferentes a los yonquis de mi barrio, que siempre se te acercaban de buen rollo y luego se ponían violentos cuando les negabas dinero «para el autobús». Para no caer en la adicción, veraneen mientras puedan. Lean un libro. Yo voy a aburrirme, que me apetece mucho. Aunque, por una parte, creo que si nos quitan hasta la dopamina, que es gratis y legal, ¿qué nos queda? Por otra, y perdonen la conclusión destemplada, cada vez tengo más claro que nos estamos convirtiendo en unas criaturas ridículas.