Opinión

Bunbury

Leí, como todos, las acusaciones contra el artista Enrique Bunbury. Las denuncias de versos ajenos incrustadas en sus canciones. Poco tengo que decir respecto a una costumbre inveterada en los dominios de la música popular. Quien dude puede estudiar la (fastuosa) obra del premio Nobel, Bob Dylan. Por citar a un recién llegado. En el caso de Bunbury hablaron de quinientos versos en treinta y pico canciones. De los varios cientos que habrá escrito y grabado. Abandono en manos de los empaladores sordos la tarea de despotricar contra un creador del que todo lo ignoran. Del que opinan con esa facilidad de barbero esquinado o taxista plomo que distingue a los intelectuales españoles cuando les da por hacer el ridículo largando de un negociado, el rock and roll, del que nada saben. Aunque me interesa la exhibición de mala hostia, la terca insistencia en el insulto contra alguien, Bunbury, que debiera de ser admirado y querido como el gran mito que es. Nuestra única gran estrella del rock internacional, con permiso de Joaquín Sabina, que juega en otros pastos. Bunbury tiene un buen puñado de discos memorables, obras maestras entre las que puedo citar Pequeño, Flamingos, El viaje a ninguna parte, Hellville de Luxe y Las consecuencias. Sus discos lucen unos arreglos y unas producciones deslumbrantes. Con nada que envidiar a la áspera orfebrería que despliega un Joe Henry. Bunbury carece los habituales complejos a la hora de encarar sus influencias. Lo mismo sale por Tom Waits que por Celentano, Solomon Burke o José Alfredo Jiménez. Cuando casi todos sus colegas, durante los años de la postmovida, acumulaban bolos veraniegos, generosamente pagados por los ayuntamientos españoles, el zaragozano, primero con Héroes del Silencio y luego en solitario, se pateó los garitos y salas de Alemania, primero, y más tarde de México D.F., Los Ángeles, Bogotá, Nueva York, Lima y etc. Picó piedra y a la vuelta de varios años era una estrella global. Esas ganas de viajar donde nadie sabe de ti y apostarse la femoral lo une, de nuevo, con Sabina. Un Joaquín del que los muertos de asco también acostumbran a despotricar. Somos profesionales de las ejecuciones y el homenaje póstumo. El talento y el éxito puntúan mal en un país abonado a la guindilla. Bunbury, entre tanto, ya tiene nuevo disco. Bravo.