Opinión
Que la vida no pase...
Acabo de llegar a Mallorca tras atreverme a abandonar un Madrid que, como tantos lugares de España, no reporta más que malas noticias. Allí, en la mayor de las Baleares, se respira otro aire y, aunque las mascarillas obligatorias incluso en espacios abiertos cercenan la posibilidad de disfrutar del mismo modo que otros veranos, tanto los dueños de negocios de hostelería como los veraneantes –mucho menos numerosos que de costumbre– nos esforzamos en comportarnos con la máxima normalidad. Sin embargo, todos sabemos que nada es normal y que, mientras nos bañamos en un mar extrañamente vacío para la época y nos acercamos a los restaurantes a comer o cenar sin reservar, sabiendo que, por una vez, no es preciso hacerlo, los datos que nos llegan a través de los medios de comunicación no son en absoluto tranquilizadores. Los contagios en todo el país continúan creciendo y aunque algunos apuntan que el Covid-19 es ahora menos virulento que en los días de confinamiento y que, pase lo que pase, será difícil que lleguemos a las cifras aterradoras de meses anteriores, la perspectiva no es buena. Los trescientos brotes activos y los más de mil contagiados en España hacen que hasta la insólita calma de este verano mallorquín resulte agresiva. También lo son las relaciones marcadas por la irresponsabilidad de unos y el celo de otros, que no ayudan a pasar este trance con comodidad. ¿La solución? Aceptar que no tenemos un control absoluto sobre el mundo y que lo que tenga que ser, será. Y ser prudentes, pero también vivir lo que nos ha tocado para que la vida no pase mientras nosotros seguimos haciendo planes, que diría John Lennon.
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