Opinión
Vacuna urgente
Se trabaja sin cuartel para lograr una vacuna contra el coronavirus, quizás llegue a fin de año o comienzos de 2021. Es una guerra que reclama con urgencia esa poderosa arma, pero dar con una vacuna eficaz no es tarea fácil: requiere un empeño investigador complejo. De ordinario la elaboración de un medicamento o una vacuna exige años de investigación, ensayos y evaluaciones; además el trabajo no acaba ahí: tras su aprobación y comercialización hay una constante vigilancia.
Con carácter general son muchos los vericuetos, ramificaciones y matices que presenta la responsabilidad de los laboratorios por vacunas y medicamentos, bien como productos defectuosos o, sencillamente, por los efectos adversos que causen; y a esto añádase la posible responsabilidad de las Administraciones que los autorizan y que ejercen la farmacovigilancia. De ordinario esas hipotéticas responsabilidades se conjugan con el llamado «estado de la ciencia» como razón que puede eximir o atenuar las responsabilidades.
En la lucha contra el virus se acude a símiles bélicos y no falta razón luego si se habla de economía o industria de guerra, ¿puede hacerse de investigación de guerra? Esta guerra, como todas, pone a prueba al ser humano y es que, desgraciadamente, agudizamos nuestra capacidad inventiva hasta límites insospechados cuando se trata de matar al adversario. Basta repasar las dos guerras mundiales para calibrar los avances y beneficios que nos dejaron en pocos años en el transporte, las comunicaciones, la medicina, etc. Y así siempre: Napoleón desplazaba miles de kilómetros a grandes ejércitos y había que alimentarlos, metió la comida en recipientes lo que generalizó las conservas.
En esta pandemia mundial catastrófica el enemigo es un virus y ante la urgencia de dar con una vacuna, llevados de la lógica de esa «investigación de guerra» puede descuidarse indagar a fondo sobre los hipotéticos efectos adversos. Esa necesidad perentoria de vacuna puede llevar a que, con el tiempo, los laboratorios se vean ante innumerables reclamaciones por unos efectos que no pudieron testarse adecuadamente debido a la urgencia. Ante este panorama plantean generalizar que el Estado sea su garante, si es que no se acaba exigiéndole a él toda la responsabilidad por descuidar lo que es su competencia: autorizar las vacunas.
Así y por abundar ese último aspecto, cuando la Administración autoriza un medicamento o vacuna, es porque tiene la garantía de que será eficaz y su uso correcto y lo hace en un contexto en el que no hay plena certeza de la eficacia pues siempre queda un margen de incertidumbre científica. Esto explica que al autorizarse haya un juicio de ponderación en el que se sopesa el riesgo potencial con el beneficio que aporta, de ahí que se hable de riesgos en desarrollo, de ahí que a lo largo de su vida haya revalidaciones, revisiones, modificaciones, más esa farmacovigilancia -que compromete también a facultativos y laboratorios-, que puede implicar la retirada del producto y todo presidido por la constante invocación al estado de la ciencia.
Conviene aclarar que la aparición de resultados adversos es compatible con el juicio inicial favorable al medicamento o vacuna si es que el beneficio sigue superando al riesgo. Eso sí, esos resultados adversos permiten acumular una experiencia que lleva a esas revisiones periódicas o a una mejor información sobre de nuevas contraindicaciones, riesgos, etc. En fin, todo un panorama que se complica más en el ámbito europeo, en el que rige un no menos complejo panorama de autorizaciones, comunicaciones comunitarias y nacionales.
La urgencia para obtener la vacuna justificará las prisas y habrá riesgos no tanto por ineficaz como por causar hipotéticos efectos adversos, que de darse ya se discutirá si son admisibles, soportables o inevitables y quien responde, todo para ventilarlo a base de pleitos o elaborando una normativa específica nacional o europea. Será censurable si en las prisas prima el objetivo comercial de ser el primero y no acabar con el virus. Y añádase -aunque quizás sea lo primero para los laboratorios- el acentuado riesgo empresarial de esa incertidumbre: si sale bien, será su éxito, si mal, puede ser su ruina, lo que exige que las cosas se hagan muy bien. Entre tanto, además de prevenir y detectar, la mejor vacuna está ya inventada y es barata: se llama responsabilidad.
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