Mascarillas

Manspreading pulmonar

Que respirar “poquito” se alce como la costumbre civilizada y solidaria del buen ciudadano: respirar sí pero, sin abusar. Respirar mucho es de fascistas.

Uno de los lugares más hermosos y señoriales de España es el Paseo de Vitoria-Gasteiz, la calle donde se crió Urdangarín (y yo misma) y donde se encuentran el Museo de Bellas Artes, Ajuria Enea y la lehendakaritza, entre otras hermosas edificaciones. Medirá unos 15 metros de ancho y se divide en tres extensos tramos a lo largo de las zonas residenciales más vetustas de la capital vascuence: la Senda, el Paseo de Fray Francisco y el Paseo de Cervantes; a ambos lados de la alameda, los caminantes son acompañados y protegidos del sol o de la lluvia por centenarios castaños de verdérrimas hojas (en otoño es un auténtico espectáculo rojo y fuego digno de los mejores cuadros de Monet, Pizarro o Sisley).

El Paseo es célebre por su belleza y porque alberga las mejores mansiones y los palacios con más historia de la ciudad, la mayoría de finales del XIX y principios del XX, aderezados con hermosos jardines esmeralda que, al menos hasta ahora, otorgaban una romántica experienciaambivalente entre la melancolía y la satisfacción. Hablo en pasado porque este año, la elevación que producía su recorrido a cualquier individuo ha sido sustituida por el desconcierto, se lo aseguro.

Salgo de casa a las 8 de la mañana con mis perros y me propongo un reto, pasearlos por dicho bulevar sin mascarilla, a ver qué hasta dónde llego. Al fin y al cabo no hay nadie, a lo sumo me cruzo a unos diez metros con algún otro andarín. ¿Puede haber algo más irracional que un sujeto enmascarillado transitando solo por un lugar tan espacioso y despejado como este?

Una persona sensata respondería que no, sin embargo, lo hay, y es el hecho de que al llegar a los lugares más concurridos, como terrazas, bares o restaurantes la gente se arranca la mascarilla; en efecto, en las llamadas seis “B” del doctor Raúl Ortiz de Lejarazu “Bodas, bautizos, banquetes, barbacoas, bares y botellones”, los españoles nos despojamos de los multicolores o quirúrgicos bozales para disfrutar de la consumición y la conversación; tras horas de esparcimiento y contacto con nuestros allegados, nos levantamos, pagamos la cuenta, si la hubiere, nos colocamos el cubrebocas y caminamos embozados por las calles más desérticas e incluso conducimos solos en el interior de nuestros vehículos, con mascarilla.

Estos hechos me sorprenden, como supongo que a ustedes, del mismo modo que me admira la resignación de la borregada, mal llamada “buena fe” de la gente a lo que habría que añadir el prestigio y la autoridad que rodea al fenómeno de la prohibición.

Cuando mis hijos eran pequeños, todos los manuales educativos apuntaban al mismo lugar: que los niños necesitan normas, reglamentos y estatutos para sentirse seguros, organizados,comer y dormir bien, y en definitiva para comportarse como es debido. Cualquiera que sea padre, sabe que los niños en vacaciones o bajo la anarquía comienzan a malfuncionar…

Díganme psiquiatras, si me equivoco pero sospecho que a la gente le gusta la gente que prohíbe y que le prohíban, en general. ¿Será la nuestra una sociedad tan aniñada que vive más feliz y se siente más resguardada siendo híperregulada, legislada o prohibida?

Y ya si el que prohíbe tiene aspecto de inventor o profesor chifladito a punto de estallar una máquina de su creación a medio camino entre Albert Einstein y Geppetto… Apaga y vámonos.

No está probado más que el contagio de dos o más personas que se sientan a una distancia próxima en un lugar cerrado. No está probado el contagio por contacto de superficies contaminadas. No está probado el contagio en espacios abiertos; por esas y otras razones la OMS no exige la mascarilla constante como tampoco Europa la impone en todo momento.

Sin embargo, la nueva normalidad en España significa que el nuevo español, incapaz de tomar decisiones o ejercer con rectitud sus derechos ha quedado degradado a incapaz. Y como no sabe gestionarse, el Estado, o la Comunidad Autónoma, o el Ayuntamiento (o el vecinazi en el balconazi) toma las decisiones por él, le dicen lo que no puede hacer y no porque sea peligroso sino porque su mente es tan pequeña y su ánimo tan mezquino que haciendo lo que es lícito se dañará a sí mismo y a los demás…

Me pregunto qué nos depara a los españoles el siglo XXI, consciente de que el mejor predictor del futuro, es el pasado. Miro hacia atrás y recuerdo con pesar que somos el país europeo con más contagios entre la población y los sanitarios, con más fallecidos, con más paro, mayor caída del PIB y peores previsiones financieras pero al mismo tiempo el país que siempre ha adoptado las medidas más restrictivas (puede que ya sea hora de decir inoperantes). Reflexiono, y temo que este otoño se nos prohíba también respirar profundamente; que respirar con ímpetu y con ganas, se convierta en una especie de manspreading- pulmonar; que respirar “poquito” se alce, en este país de preceptos fútiles, como la costumbre civilizada y solidaria del buen ciudadano: respirar sí pero, sin abusar. Respirar mucho es de fascistas.