Opinión
Fuegos artificiales
El Monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla, fue el escenario escogido por factorías Redondo-Moncloa para la última puesta en escena de este curso, justo antes de las vacaciones y el mismo día, precisamente, en que se anunciaba la histórica caída del 18,5 por ciento en el PIB. En sus intervenciones, muchos de los asistentes agradecieron su hospitalidad a la presidenta de la Comunidad de La Rioja y muy pocos, si es que alguno lo llegó a hacer, a los monjes que los recibieron en su casa.
El escenario estaba escogido con perversidad. Además de un lugar sagrado, dedicado al culto católico, es la cuna simbólica del castellano. Ahora bien, nadie tampoco habló de que España es el único país del mundo en el que se persigue la lengua de todos. Al Rey, en esta ocasión, le tocó ser una pieza más del atrezzo, como todo lo demás. Pedro Sánchez se desquitó del protagonismo de Felipe VI en la ceremonia del Patio de la Armería con un discurso breve, ¡por una vez!, propio de un jefe de Estado, triunfador de la pandemia y las batallas europeas.
Según se dijo después, en la conferencia no había orden del día, ni se habían preparado los asuntos ni ninguno de los participantes, salvo Pedro Sánchez, tenía clara conciencia de lo que iba a ocurrir allí. Y pasó lo que tenía que pasar. Como en las múltiples conferencias telemáticas, Sánchez expuso lo que contaba hacer y el resto aplaudió o se quejó. Muy pocos presidentes autonómicos pudieron salirse del papel que se les había asignado: hablaron de lo suyo, como se dice, bajo la amenaza implícita de quien se ha arrogado el reparto de los fondos europeos y que tiene la capacidad de elaborar el próximo presupuesto.
El paisaje idílico, la belleza del recinto, la bien calculada escenografía disimularon lo ocurrido en estos trágicos meses. Es el fracaso de la recentralización, en marzo, y el fracaso de la re-descentralización, ahora, con unas comunidades autónomas sin medios ni capacidad legislativa para afrontar los retos de una enfermedad que sigue entre nosotros, cada vez más desafiante.
El coste sin fondo que el primer fracaso tuvo en vidas humanas lo está teniendo este segundo en términos económicos. Desde fuera no se tienen en cuenta espectáculos como el de ayer. Sí, en cambio, se conocen las cifras de contagios, la incapacidad de las administraciones españolas para ofrecer una evaluación creíble y su impotencia, o su indiferencia, ante los nuevos rebrotes.
Y para rematar con un do de pecho el espectáculo, el presidente del País Vasco, Iñigo Urkullu, se presentó en el Monasterio triunfante con un pacto previo sobre el déficit y la deuda de su región. Era el pago al contado de su presencia. Tan descarnado y brutal como todo lo que se refiere al País Vasco y al PNV, el gesto le resta a la reunión cualquier significado nacional, de búsqueda de soluciones y de intercambio de puntos de vista acerca de una situación de extrema gravedad.
Aquí se salvan los pícaros y los chantajistas. Esa es la lección del acto, triste y un poco bochornoso, de ayer.
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