Opinión

Los silencios de Galapagar

La carrera de Podemos hacia la irrelevancia entre el electorado, una meta final a la que ya antecede la acumulación de no pocas etapas volantes en las sucesivas citas con las urnas, continúa contrastando con esa otra huida hacia adelante de su líder Pablo Iglesias y su cada vez más exigua guardia pretoriana, para conservar su relación con el poder a toda costa, para continuar pisando moqueta palaciega, para seguir utilizando coche oficial o para no perder pulso en el control, cada vez más evidente y sonrojante de la radio y televisión publicas manteniendo siempre por supuesto llena la piscina de Galapagar. 

Iglesias contempla impertérrito como la formación morada con la que en otro tiempo anunció su pretensión de "asaltar los cielos" se diluye como un azucarillo en el café, pero lo hace silbando y mirando hacia arriba, sin un solo ápice de autocrítica que pudiera reflejarse en cambios de timón cada vez más quiméricos en una estructura de partido fagocitada desde el agujero negro de una cúpula solo centrada en depurar cualquier contestación interna y en negar la mayor ante escandalos como el caso "Dina", mientras se guardan muy indicativos silencios desde la fortaleza custodiada por la guardia civil en la sierra madrileña.  

Iglesias sabe hoy mejor que nunca que es el poder y solo el poder lo que mantiene su razón de ser dentro de la política -curiosa paradoja en quien enhebra su discurso populista en torno a la amenaza de oscuros poderes fácticos- por eso no va realizar movimiento alguno que ponga en cuestión su permanencia en la vicepresidencia del gobierno ni empuje a Pedro Sánchez a plantearse una senda hacia el final de legislatura solo o en compañía de otros. Su expectativa de crecimiento demoscopico desde la presencia en el consejo de ministros de España y el manejo de presupuestos en el campo social ha quedado truncada como hoja de ruta desde el momento en que este país se vio azotado por el tsunami del coronavirus, especialmente en una vertiente económica que impedirá hacer eso que mejor se le da a la izquierda y que no es otra cosa más que el aumento del gasto y el endeudamiento para regar el huerto de los votos mientras la caja resista. Ahora las dramáticas circunstancias marcan una singladura de prioridades bastante más cercana al pragmatismo de la gestión, como el propio presidente del gobierno está comprobando. No son buenos tiempos para los vendedores de brebajes. 

Los morados han entrado a formar parte de un gobierno con el PSOE justo cuando tocaba, es decir, cuando menos pulso electoral estaban mostrando y en consecuencia como demuestran los hechos, más dependencia tendrían sus dirigentes de las bondades del poder como rueda pequeña del tándem y en esto, los socialistas han hecho valer su experiencia de 140 años de historia no precisamente plagada de bondades. Siento más exactos, el PSOE jamás de los "jamases" habría gobernado en coalición con aquel Podemos de los cinco millones de votos y la amenaza de "sorpasso". Hoy a Iglesias solo le queda roer su hueso de poder para seguir respirando los aires de Galapagar.