Opinión

Trajo la democracia

España hace y deshace a sus mejores hombres con una dureza de acero. El rey que fue adorado, el rey de la Transición, el que reventó los planes franquistas y trabajó con gente tan admirable como Torcuato Fernández Miranda y Sabino Fernández Campo, abandona en medio de una erupción volcánica. Lo que va de Juan Carlos I y otros notables de la época como Tarancón y Gutiérrez Mellado a lo que hoy tenemos, con la excepción del Rey Felipe VI, impecable en la defensa del republicanismo rawlsiano, invitaría a la melancolía si no anticipase la ruina. En mitad de la mayor crisis económica y sanitaria desde 1936 medio gobierno dedicó sus esfuerzos a boicotear una respuesta coordinada y, de paso, dinamitar al rey viejo. El objetivo último es pasarle a la Constitución el cuchillo de afeitar el pescado. Para lograr su victoria más clamorosa, para enterrar lo que queda de España y asegurar el triunfo inapelable de las taifas los adversarios de la libertad necesitaban primero zamparse al hombre que simboliza el «régimen del 78». Mientras miles morían asfixiados en unos hospitales colapsados, Podemos jaleaba las caceroladas. «En tiempos de crisis y combate», tuitearon los morados, «se toma conciencia del valor de lo común, de lo público, de la res publica. Emociona escuchar las cacerolas que dicen #CoronaCiao». 

El rey creció secuestrado por un tirano que aspiraba a perpetuarse a través de un príncipe teledirigido. Frente a los primores siniestros del búnker y los delirios de los guardianes de las esencias hizo su propia guerra. Comprendió pronto que a la democracia podía llegarse por la vía de la monarquía constitucional, tal y como subraya cada año «The Economist». Su carisma apuntalaba la reconciliación. Su labor como tegumento constitucional fue puesto a prueba una madrugada de 1981. Puso firmes a los golpistas igual que haría su hijo en 2017. 

A Juan Carlos lo expulsan los errores propios, reo de haber olvidado que la monarquía se apuntala en las propias obras, pero, sobre todo, lo condena la quiebra del consenso social y la ruptura del pacto que apuntaló la democracia. Su triunfo fue el de los españoles y su salida entre almohadillas es una inmensa derrota colectiva.