Opinión
Exhumar a Plácido
Hace un año que un grupo de mujeres acusó a Plácido Domingo de acosador. Era el momento álgido del movimiento que surgió a la sombra fétida del productor de cine Harvey Weinstein. Lo sabemos ahora porque ha habido un juicio y se han mostrado pruebas como para inundar de vómito todos los tazones de gazpacho que hay en España. Plácido dice ahora que nunca abusó de nadie y emprende una nueva estrategia de defensa. Imposible saber, porque aquellas denuncias no fueron traducidas por un juez, y porque él mismo reconoció ciertas culpas, si la verdad fue la del agosto pasado o la de este que pasamos saltando de confinamiento en confinamiento. Lo que queda claro, se ponga uno en el lugar que su intuición le deje, es que el sistema actual de penas de telediario nos conduce a una especie de fascismo judicial cuyas vistas se dirimen en los programas del corazón y cuyo mayor aliado es el polígrafo de Conchita. Por mucho que quiera limpiar su nombre, si es que eso es posible, y si es que merece que se escamonde, siempre quedará marcado por la letra escarlata. Lo que sucede en esta época de revoluciones banales es que casi nadie se viste por los pies y compra antes casi con pulsión sexual un titular de escándalo que una verdad aburrida y ceñida por un artículo perdido del código penal. Lo de Plácido seguirá su curso, que es el camino del latigazo cultural: todas las puertas de los grandes teatros de España se le han cerrado para siempre sin saber qué hizo o dejó de hacer. Tantos siglos de evolución del Derecho no pueden desembocar en un tribunal callejero en el que se permite escupir y arrojar cáscaras de pipas.
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