Opinión

La bomba no fue necesaria

Las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki fueron siempre objeto de acaloradas controversias. Por regla general, se zanjaban alegando que el empleo del arma atómica había resultado sobrecogedor, pero que había salvado millones de vidas al forzar la capitulación del Japón. Contar cadáveres en una guerra constituye un ejercicio peligroso, pero en el caso del armamento nuclear utilizado contra Japón parecía haber encontrado una cierta justificación. Ha sido gracias a las investigaciones llevadas a cabo por el historiador Tsuyoshi Hasegawa que hemos sabido que la rendición japonesa se debió no al bombardeo de Hiroshima sino al miedo a la Unión soviética. El 6 de agosto, el «Enola Gay» lanzó sobre Hiroshima la primera bomba atómica, pero, en contra de lo que suele afirmarse, el gobierno japonés no se percató ni de lejos de la gravedad de lo sucedido. Dado que la aviación americana había arrasado ciudades enteras – en algunos casos, más del noventa por ciento de la superficie urbana fue borrada, literalmente, del mapa – el gobierno japonés distó mucho de apreciar lo sucedido. Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento decisivo. El 8 de agosto, Molotov, ministro de asuntos exteriores de la Unión soviética, informó al embajador japonés Naotake Sato de la declaración de guerra y que desde el día 9, entre ambas naciones existiría el estado de guerra. De hecho, al minuto de iniciarse el 9 de agosto, las fuerzas soviéticas penetraron en el territorio manchú invadido por el Japón. A diferencia de lo sucedido con Hiroshima, esta vez las autoridades japonesas reaccionaron de manera acelerada y alarmada. Tenían la absoluta convicción de que, de una manera u otra, podrían llegar a un acuerdo con Estados Unidos, pero cualquier pulgada ocupada por el Ejército Rojo no sería devuelta a Japón. Urgía, pues, rendirse antes de que aquellas tropas avanzaran más en territorio nipón. Esa consciencia –reflejada en la documentación estudiada por Hasegawa– impulsó a Japón a rendirse a los Estados Unidos de los que esperaba una clemencia que sabía que no encontraría ante Stalin. De lo que era la bomba atómica todavía no se habían dado cuenta. De manera bien significativa, el horror de Hiroshima y Nagasaki no determinó, en absoluto, la rendición japonesa. Sí tuvo un efecto directo que ya había sido contemplado por Truman al ordenar su lanzamiento. No fue otro que detener el avance soviético. En parte, lo consiguió.