Editoriales

La vara de medir la corrupción de Cs

El dilema del centro político es pensar que esa posición se encuentra en el centro geométrico, o en la indefinición que no compromete ni con derecha ni con izquierda. El único partido que se denominó como tal, la UCD de Adolfo Suárez, y que sigue siendo una referencia en la brújula política española, se caracterizó por su espíritu reformista, por partir de principios pragmáticos de mejorar la vida de los españolas sin mucha artillería ideológica y procurar crear un espacio común para todos. De lo que podemos derivar que tanto PP como PSOE han tenido momentos centristas, incluso que éstos han coincidido con su periodos más productivos y de más éxito. La debacle de Cs ha sido interpretada por los dirigentes que han sobrevivido por la pérdida de esta posición centrista, pero entendiendo que ésta consistía en oscilar tácticamente entre PP y PSOE cuando le conviniese.

Si Albert Rivera no estaba dispuesto a investir a Pedro Sánchez porque consideraba al grupo dirigente socialista poco menos que una «banda», el golpe de timón de Inés Arrimadas y del portavoz parlamentario, Edmundo Bal, ha consistido en ofrecerse como socio del Gobierno. El argumento es, sin duda, de peso: impedir que dependa de partidos independentistas, instigadores de un golpe contra la legalidad democrática y enemigos confesos de la unidad territorial. Sin embargo, Sánchez era plenamente consciente de esto recibiendo el apoyo de partidos como ERC y EH Bildu, y que su dependencia podría tener consecuencias para la estabilidad del país. Pero no lo tuvo el cuenta: en ningún momento buscó un pacto con partidos constitucionalistas, ni ensayó un acercamiento sincero y leal. Ha preferido demonizar al PP, considerarlo como una fuerza poco menos que antidemocrática, sin valorar su peso electoral y parlamentario, despreciando a su líder y sin tenerlo en cuenta, como se ha visto recientemente en cuestiones de Estado, como la marcha de Don Juan Carlos de España. Es una estrategia nefasta para la estabilidad del país, aunque le asegure el monocultivo clásico de la izquierda. El giro al centro de Cs consiste en apoyar los Presupuestos Generales del Estado (PGE), con el objetivo, por un lado, de intentar que sean unas cuentas viables en el contexto exigido por la UE y, por otro, impedir la insana dependencia del Gobierno de los independentistas. Ahora bien, hay un factor que el partido de Arrimadas debería explicar con más precisión, dado que uno de los miembros de la coalición de gobierno, Podemos, tiene abierto un caso de supuesta corrupción en su financiación, algo que no es menor y merece ser explicado. Cs aplicó una exigencia máxima en su apoyo al PP cuando éste se vio salpicado por casos de financiación ilegal, partiendo del principio de que no aceptaría ningún tipo de corrupción. Es un principio ejemplar. Pero debería explicar cómo acepta apoyar unos PGE con un partido como Podemos, ahora en el punto de mira de varias investigaciones judiciales. Debería explicarlo porque, además, el paso que ha dado Cs al negociar con el Gobierno las cuentas es bueno para la estabilidad política. Podemos rechaza que los naranja participen, pero lo hace bajo un principio absolutamente irreal: ellos abogan por una «república plurinacional».

Está claro que lo que toca ahora no es negociar los presupuestos poniendo encima de la mesa nada menos que el modelo de Estado, algo que piden Iglesias e independentistas, sino tener unas cuentas que se ciñan al gasto, realistas, acorde con el parón que va a sufrir nuestra economía. Entendemos que Cs negocie con el Gobierno por sentido de Estado en este momento tan complejo, al margen de la presencia de un partido tan tóxico como Podemos, pero debería explicarlo. ¿O es que hay una doble vara de medir la corrupción?