Opinión
Fiestas con mascarilla
El pueblo está lleno de veraneantes venidos de la ciudad. No paran de pasar coches. Antes había vacas royas que ocupaban las calles y acudían a abrevar en el pilón de la fuente a cualquier hora, perfumando el aire con un olor ancestral. Eran otros tiempos, no tan lejanos, cuando aún se hacía en El Valle la famosa mantequilla soriana en las casas. Los coches han suplantado a las vacas, que han ido a menos, hasta la insignificancia. La Unión Europea propició aquí su eliminación por los intereses del mercado de la leche. Vienen los antiguos hijos del pueblo para las fiestas de agosto. Huyen, de paso, de la ciudad infectada. Buscan un respiro. Algunos sueñan con volver a vivir en el campo. El coronavirus y el teletrabajo son dos buenos argumentos. El campo está convirtiéndose en oscuro objeto del deseo. Hay más gente que otros años, a pesar de que por primera vez, algo que no ocurrió ni en la guerra, se ha suprimido oficialmente la fiesta. Por no haber, no ha habido ni procesión de la Virgen ni habrá hoy romería a la ermita ni caldereta en el prado. La cuadrilla de mozos y mozas no han recorrido las calles con los dulzaineros pidiendo la gallofa. Y, lo más llamativo, se han suprimido las animadas verbenas en la pista del frontón, que inundaban el valle de música estruendosa hasta la alta madrugada. Este año la procesión va por dentro y la fiesta lleva mascarilla.
Ha ocurrido lo mismo en los 1.197 pueblos de España que, como contaba aquí el martes Jesús Rivasés, celebran a mediados de agosto las fiestas patronales de la Virgen y San Roque. Los escasos vecinos que aún viven en el pueblo, siempre tan acogedores, han recibido esta vez con recelo a los que llegamos de la ciudad, por miedo a la peste. En general, la gente cumple las normas y pocos salen a la calle sin máscara. Pero en estas madrugadas de estrellas fugaces me han despertado –yo que tengo buen dormir– las risas y el jolgorio alcohólico de cuadrillas de jóvenes debajo de la ventana, junto a la fuente y el pilón de las vacas, celebrando clandestinamente su fiesta particular sin tapabocas. Es la fiesta paralela y nocturna que sustituye a la fiesta oficial prohibida. No es aventurado imaginar que ha ocurrido lo mismo en los otros 1.196 pueblos que celebraban sus fiestas patronales estos días de agosto. Veremos los niveles sanitarios de contaminación antes de que llegue septiembre, que es cuando los pueblos vuelven a quedarse vacíos.
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