Opinión

Qué sinvergonzonería

La huelga anunciada en la enseñanza pública madrileña cuando aún no han comenzado los colegios me produce sonrojo y vergüenza ajena. Habrá paro el día 4 en las escuelas infantiles; el día 8, en infantil y primaria; el 9, en secundaria y formación profesional, y el 10 en todos los niveles. Se me ocurren pocos gestos menos solidarios hacia unas familias que lo han pasado francamente mal con el teletrabajo, el confinamiento y la enseñanza a distancia. Qué sinvergonzonería. No tiene otro nombre. Me da igual el motivo aducido, entre otras cosas porque se pretexta la inseguridad del profesorado… pero se desliza en la convocatoria una crítica al «desvío de fondos hacia la escuela concertada»… o sea huelga política otra vez. ¿Acaso los niños y padres de la concertada no corren riesgos, no forman parte del tejido social que construye escuela, no luchan por enseñar y aprender? Qué verdad es que un país desunido es más débil en la adversidad. Aquí, cada palo aguanta su vela y al de al lado, que le den morcilla. Padres y madres se han levantado de madrugada en los últimos meses para teletrabajar en horarios que luego permitieran el uso de los ordenadores de casa a sus vástagos. Los más pequeños han seguido agotados las clases en las pantallas. Los progenitores y los hijos han tenido peleas morrocotudas.

La posición de estos maestros de pacotilla, más interesados en sí mismos que en sus alumnos, más empeñados en la política que en la polis, es el corazón de una sociedad desmoralizadora. Pobre España, la verdad. Buena parte de los tres millones de familias que dependen del turismo y el comercio enfila septiembre sin un duro. Camareros que se sacaban diez mil euros en el verano de Mallorca o Valencia confían esta vez en los ertes, en el mejor de los casos. Autónomos arruinados siguen esperando un plan que suspenda, al menos, sus cotizaciones, cuando las prendas de entretiempo siguen en las perchas de las tiendas, sin vender, o las flotas de los automóviles de alquiler se saldan al mejor postor por falta de negocio. España, estrella internacional del turismo, se apaga mientras el Gobierno se muestra incapaz de garantizar un plan de choque que impulse los viajes de los extranjeros que hayan pasado el covid o la sustitución del turismo internacional por nacionales incentivados adecuadamente (por ejemplo con parte del dinero que ha venido de Europa y que podría distribuirse como subvenciones al viaje). A la lentitud en el cobro de los ertes se suma ahora el de la renta mínima, que apenas ha recibido un diez por ciento de los solicitantes. ¿A qué estamos esperando? Diecisiete autonomías multiplican las legislaciones anti coronavirus, dispersan la defensa, generan caos. ¿Una huelga ahora? Qué absoluta desvergüenza.