Opinión
Cuarenta años después
Me pongo a escribir la mañana de San Bartolomé, patrón de Sarnago. A estas horas, si se cumple el programa previsto, habrá llegado el autobús de la despoblación, con las autoridades y políticos de casi todos los colores. Llegan con mascarilla, por supuesto, aunque por estos pueblos perdidos de las Tierras Altas, la comarca más despoblada de Europa, el maldito virus no ha hecho acto de presencia. Lo mismo ha ocurrido en otros sitios, donde casi no queda nadie y aún puede respirarse sin cuidado el aire limpio. Cientos de pueblos de la España vaciada se han visto libres de la peste. Sólo faltaba que la llevaran ahora los políticos. Este año, por miedo al contagio, se ha suprimido la fiesta de San Bartolomé. Pero algo había que hacer, porque es una fecha especial. Se cumplen hoy cuarenta años de la Constitución, en la antigua escuela, de la Asociación cultural de amigos del pueblo, una de las primeras que se crearon en la España vaciada y que ha convertido a Sarnago en ejemplo universal de lucha contra la despoblación. Me enorgullece haber aportado la idea y el modelo de estatuto, que otros han contribuido a llevar a cabo con dedicación y acierto. La cultura se ha convertido en el último recurso para salvar los pueblos.
Delante de las ruinas de la vieja iglesia, en la que campeó durante siglos en el centro del altar mayor la figura imponente de San Bartolomé, han hecho acto de presencia esta mañana tan especial las tres mozas de la móndida, con sus cestaños de flores y cintas de colores en la cabeza. La pervivencia de las móndidas y el mozo del ramo es, en cierta manera, la señal de la recuperación del pueblo o al menos de que, agarrado a sus tradiciones, no se resigna a morir. Esta es la tendencia general en la España vaciada. Se recogen los despojos de una cultura rural que se acaba y se procura salvar del olvido lo que se pueda. La foto de las móndidas de Sarnago en presencia de las autoridades ante las ruinas misteriosas, cargadas aún de magnificencia, de la antigua iglesia parroquial no es inocente. Es una sutil reivindicación, una educada petición de ayuda para levantar el templo. Sin la torre, la espadaña y las campanas, el paisaje no es el mismo y al pueblo le falta el alma que tenía hace cuarenta años, cuando se quedó vacío. Fue entonces, casi a la desesperada, cuando llegó la Asociación al rescate y, lo que parece hoy un milagro, contuvo la ruina.
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