Opinión
Un lugar seguro
El mundo ha dejado de ser un lugar seguro, si es que lo ha sido alguna vez. Por delimitar las lindes de esta afirmación, diré que me refiero a la calle, a nuestra vida diaria, a aquella normalidad que creíamos perenne hasta que un virus estampó sobre ella el matasello de una caducidad inminente. La aparición de la Covid-19 ha trastocado todo y ha puesto piedras en nuestras ruedas. A veces hay que frenar un poco y contemplar la situación para recapacitar y analizar aunque, a corto plazo, esa decisión parezca que nos frena. Es como cuando el dispositivo electrónico se nos cuelga, se bloquea y no tenemos más remedio que apagarlo y encenderlo para volver a la situación anterior y que vuelva a funcionar. Pero el reseteo no se ha hecho bien. No hemos frenado. Muchos –no sé si atreverme a decir la mayoría– escucharon que se levantaba el confinamiento y el estado de alarma, y se echaron a la calle como si no hubiera un mañana y, sobre todo y mucho más grave, como si no hubiese habido un pasado que nos recordó lo frágil que es la vida y lo caro que puede salirnos la irresponsabilidad. Como locos a las playas, a las piscinas, a las fiestas populares, a las reuniones familiares, los botellones, las barbacoas, los chiringuitos, las discotecas… Ahora comienza el curso escolar y muchos padres dicen que los colegios no son un lugar seguro. No existe ese lugar, ni en vacaciones ni en la vuelta al cole. Lo único seguro es que la responsabilidad, en todos los niveles, salva vidas; la nuestra y la ajena.
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