Opinión

El cuasi federalista feliz

Pedro Sánchez vuelve de las vacaciones relajado, moreno y risueño. Debería ser un hecho trivial, pero no es así. Al contrario, la apariencia de Sánchez es la clave de su mensaje, el núcleo mismo de su política. No conoce la cifra de muertos, no sabe cuál es el mecanismo jurídico y político por el que el presidente de una Comunidad Autónoma habla ante el Congreso (podía haber sido el Senado), desconoce las causas del rebrote actual, no tiene ninguna medida concreta que exponer salvo dos, la de los militares rastreadores, expuesta ya hace tiempo por su ministra de Defensa y la puesta en marcha (voluntaria) de una App para rastrear los contactos… Pero eso da igual. Es un hombre feliz y sonriente. De hecho, en esas semanas de asueto ha descubierto la verdadera naturaleza del Estado. Somos un Estado «cuasi federal». Sánchez lo tiene todo resuelto. La primera conclusión que conviene sacar de todo esto es el «sálvese quien pueda» general. Las Comunidades Autónomas, por lo menos las gobernadas por el Partido Popular, no tienen nada que esperar del Gobierno central o «cuasi federal». En caso de agravamiento de la situación, Sánchez les invita a presentarse ante el Congreso a ser calcinados por el Gobierno social peronista y sus aliados separatistas y filo terroristas, que podrán ejercer de oposición. No hay mejor manera de asegurar a la opinión pública de que vivimos en el mejor de los mundos.

En cuanto a propuestas, medidas y ofertas concretas, no hay nada, salvo las dos ya aludidas. Sánchez parece creer que se va a librar de los gigantescos problemas que llegan en septiembre pasando toda la responsabilidad a las Comunidades. Al fin y al cabo, es lo que han debido de teorizar en estas semanas de «cuasi federalismo» en los palacios del Estado. A los amigos, les ofrece Madrid y su Presidente como pieza de caza mayor. Si el PP se deja, claro está, porque ahora está obligado como nunca a organizar una política común, nacional, alternativa a la no política sonriente de Sánchez, «avatar» adulto –pero siempre juvenil– del nihilismo cool y surfero de Fernando Simón. Para Casado, también será una buena manera de poner en marcha su equipo, mostrar la línea política después de los cambios y demostrar que tiene aquello de lo que Sánchez presume de carecer, que es sentido de Estado. No hace falta que responda a las provocaciones. Y no sería bueno que cayera en la tentación de dejar de lado, siquiera fuera un poco, a Madrid, auténtica obsesión de Sánchez. Al contrario. Ahí estará una de las piedras de toque de todo esto. Por otro lado, ha quedado claro que Sánchez sabe que sin los presupuestos no terminará la legislatura y que para sacar adelante esos mismos presupuestos necesita a Podemos. Necesita a Iglesias y a sus muchachos con desesperación, y tal vez no sólo por la ley de la mayoría, sino también como contrapeso para fortalecer su figura y ejercer de radical moderado. Sánchez ha podemizado el PSOE, con la consecuencia, seguramente no querida, de que ahora Podemos ha pasado a formar parte de la propia personalidad y la mentalidad socialistas. Es una realidad política extraordinaria. Así como Podemos ha tomado buena nota de la situación y se permite desvelar y criticar las actitudes de los demás ministros, también deberá hacerlo Ciudadanos, invitado discretamente a sumarse al barco del social peronismo. La política del apaciguamiento halaga la vanidad de quien se cree con capacidad para amansar a la fiera. Y Sánchez está dispuesto a mostrar una infinita buena disposición –casi se escucha el ronroneo– con Inés Arrimadas y su lugarteniente.