Opinión
El Estado nos alarma
Al parecer los asuntos epidémicos no le conciernen ya al Estado. Son temas menores, propios de las administraciones descentralizadas, en los que no merece la pena gastar la inteligencia del gobierno de la nación –si es que tal cosa existe de verdad–, ni tampoco sus recursos. Si acaso, lo más que puede poner el Estado en el tema son unos cuantos militares a llamar por teléfono y poco más. Esto es lo que nos ha dicho ese hombre preclaro y tostado por el sol que ocupa el despacho –y la residencia– de Palacio de la Moncloa, cuando ha vuelto de sus vacaciones de estío. No sé si habrá sido el estremecedor paisaje volcánico de Lanzarote o tal vez los mosquitos que pueblan las marismas de Doñana, los que le han desorientado; o si más bien de lo que se trata es de epatar a los ciudadanos con propuestas disparatadas para disimular la herencia que ahora recibimos de todo lo que se ha hecho mal desde que, allá por el final de enero, en la isla de La Gomera apareciera en España el virus de Wuhan metido en el cuerpo de un turista alemán.
Que Pedro Sánchez quiera desentenderse de los asuntos prácticos de la gobernación para dedicar su tiempo al saboreo del poder, no es nada nuevo. El suyo no es un espíritu democrático que le incite a la construcción de equilibrios políticos para procurar el bienestar de los ciudadanos. No, lo que verdaderamente le inspira es un afán autocrático que le hace esperar de los demás la adulación y el reconocimiento, porque él lo vale, de lo que verdaderamente carece –que no es otra cosa que la visión futurista de un estadista–. Por eso exige a la oposición, sin dar nada a cambio, que le apruebe las extravagantes propuestas de su gobierno, incluidos los presupuestos inflados que pretende gastarse dando por aquí y por allá el dinero que no tiene para allegarse el apoyo de las clases populares, en especial de las que viven de las pensiones y subsidios del Estado. Su política no es sino un remedo de la que condujo a Luis Napoleón Bonaparte a proclamarse emperador tras el golpe de estado del 18 Brumario que tan magistralmente analizó Karl Marx en una de sus pocas obras que no han sido arrolladas por la historia. Es esa esencia bonapartista la que, ahora, le lleva a despreciar el Covid-19 y tratarlo como un tema insignificante, sin interés para su alta magistratura. Mientras tanto, los ciudadanos asistimos atónitos –y también acojonados, porque la enfermedad acecha– a la demostración de un Estado que nos alarma.
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