Opinión

La tierra de las mil danzas

El «doctor Soul», Luis Lapuente, médico que ha estado en las trincheras del Covid-19, publica nuevo libro. Nueva Biblia sobre el oro negro. El soul. Lapuente sabe del arte y de la ciencia, de la muerte que viene con tus ojos, de la vida amenazada y al galope. Sabe también que no existe música más contradictoria, estimulante, sensual, política en el mejor sentido, visceral, humeante o sedosa, que aquella que saliendo de los coros gospel de América y los algodonales del viejo Sur viajó hasta Nueva York, Filadelfia, Los Ángeles y Chicago. Con paradas de ida y vuelta en centros neurálgicos como Memphis (Mississippi) y Muscle Shoals (Alabama), el soul puso melodía y carne al movimiento por los derechos civiles y el anhelo de los mejores hijos de este país desgraciado. Talentos negros, a menudo secundados por amigos y cómplices blancos, y empresarios judíos, pusieron en marcha la prodigiosa aventura. Desarrollaron las promesas del rythm and blues y elevaron la apuesta con voces ardientes, arreglos pegajosos y vientos como los ojos de buey de un barco rumbo a la Tierra Prometida. El santoral del soul resulta apoteósico, EE UU no tiene reyes. Pero en las páginas de este libro encontrarán superhéroes. Ray Charles o la burbujeante profundidad del visionario, Sam Cooke con su estampa de príncipe y su voz de hielo y fuego, el arte y la majestad de Aretha Franklin, la navaja automática de Etta James, el emperador egocéntrico e imparable que fue James Brown, el tormento y el éxtasis de Marvin Gaye, la inteligencia prodigiosa de Curtys Mayfield… Con «La tierra de las mil danzas. Los grandes del soul», Lapuente entrega la continuación natural de «El muelle de la bahía». El primer volumen fue un mapa del tesoro panorámico para contar la historia. Con el segundo repasa la lista de los imprescindibles. Ahora que algunos olvidan que Martin Luther King aspiraba a no idealizar lo que nos separa o señala sino a anularlo hasta hacerlo inservible, y ahora que en Washington hay un presidente que engorda chupando odio, ahora, más que nunca, reconforta saber que los nietos de los esclavos pusieron gloriosas partituras a los sesenta y setenta, que un puñado de hombres y mujeres sin miedo se alzaron contra el látigo y que Luis Lapuente ha escrito el libro definitivo para perderse en los surcos.