Opinión
Ricos en la claque
Lo más interesante del sarao que organizó el presidente del gobierno al comienzo de esta semana no fue su discurso —que a lo que más se parece es a lo que los matemáticos designan como un conjunto vacío, de ideas, en este caso, para afrontar la crisis post-epidémica— sino la claque que reunió en su derredor para hacerle la reverencia y elogiarle ampulosamente. «El presidente hoy ha estado muy bien», se oyó por doquier en boca de los asistentes vinculados a las grandes empresas, sobre todo después de que Ana Botín abriera el fuego de las alabanzas. Hubo, sin duda, matices, como el del que parecía disculparse aludiendo a que, si hubiese sido Pablo Casado la estrella del espectáculo, «acudiríamos igual a su convocatoria». O sea, que lo mismo da un roto que un descosido, porque lo verdaderamente importante en este asunto es el negocio.
Dos son las notas características de una buena claque. La primera, el entusiasmo incondicional por el protagonista del teatro, sin importar lo bien o mal que recita el verso, o si mete morcillas porque no recuerda el texto, o si dice frases estúpidas del tipo «el virus no es de derechas o de izquierdas» —lo que es obvio, al menos de momento, mientras la virología no establezca otra cosa—, «nadie tiene derecho a no arrimar el hombro» —como si todos los españoles estuviéramos condenados a trabajar forzados para el gobierno— o «nadie puede beneficiarse del daño colectivo de esta emergencia sanitaria, económica y social» —como si no hubiese habido comisionistas de fortuna que se han forrado con los suministros médicos oscuramente contratados por el ministerio de Sanidad o, en el extremo opuesto, emprendedores innovadores que han encontrado en la epidemia oportunidades para desarrollar productos nuevos, crear empresas y ofrecer empleos—. Y la segunda, la retribución, que no es sólo la entrada gratuita al espectáculo —va de suyo—, sino el rendimiento que se obtendrá del aplauso, en este caso, en el mercado de futuros. Banqueros, eléctricos, constructores, petroleros, industriales y telefónicos se avienen a participar porque saben que si la prédica acaba dando trigo sus serones van a llenarse de contratos y de dineros. Para eso está, además, la Unión Europea ofreciendo financiación gratuita o barata. Ellos son, por cierto, los ricos contra los que despotrica la izquierda —pero sólo en los mítines de su feligresía— amenazando con impuestos y expropiaciones, aunque luego nunca pasan del amago porque acaban confundiendo a los potentados con la clase media. Esta es la que siempre acaba pagando y, sin embargo, nunca le invitan a celebrar las ocurrencias de quien pasa la factura.
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