Opinión

Demasiadas Martas

Hay nombres propios que se quedan colgados en la memoria colectiva. Y cuando aparecen solos, huérfanos de un apellido, no suele ser para bien. Muchas veces se nos quedan anclados en el recuerdo a modo de recordatorio de los peligros que nos acechan, y nos acompañan toda la vida. Ya sabemos que los nombres humanizan cualquier historia y por eso es tan importante no olvidarlos y tenerlos presentes.

Desde hace tiempo, atesoramos en la memoria un nombre propio: Marta. Demasiadas Martas alimentan nuestra memoria. Escucho a la madre de Marta Calvo en una entrevista en “Espejo Público” –la joven desaparecida en Manuel el pasado 7 de noviembre, supuestamente asesinada por Jorge Ignacio Palma, autor confeso– decir que no quiere que su hija Marta se convierta en otra Marta del Castillo. Nadie quiere una vida inacabada, vidas a las que la maldad humana no les ha permitido escribir un final propio y claro. Los presuntos asesinos se amparan en su derecho a no declarar para no desvelar dónde está el cadáver de la persona que han asesinado. Demasiados derechos y pocas obligaciones tienen los verdugos, para los pocos derechos que poseen las víctimas. Y lo llaman justicia.

La madre de Marta Calvo lleva 10 meses sin ella. Los padres de Marta del Castillo llevan 11, casi 12 años. Cuántas Martas más habrá, y cuántos progenitores buscándolas. Que no veamos nuestro nombre deambulando en los medios de esta manera, ni a nuestros padres contando nuestra historia. No olvidemos a las Martas, por ellas y por nosotros, porque todos podemos ser Marta o sus padres.