Opinión

Violencia sin género

Según Irene Montero el Ministerio de Igualdad sirve para que todos los españoles sepan que está fuera de la ley quien sostiene que la violencia no tiene género. La muy siniestra habla por Vox. Y yo, que de «voxista» tengo lo que ella de demócrata, no tengo más remedio que afirmar que la violencia no tiene género. Hace ya un mes que ese Richelieu posmoderno llamado Iván Redondo prometió legislar en las guerras culturales. Más todavía. No olviden tampoco el reciente interrogatorio contra el ex ministro Rodolfo Martín Villa, al que pretenden depurar como chivo expiatorio en el altar azteca de un revisionismo histórico cuya principal manía consiste en despreciar el legado de la Transición y dinamitar la reconciliación entre los españoles. Un programa que habría suscrito el padre del hijo frapero y que ahora impulsa el hijo de padre que estuvo en los orígenes fundacionales de una organización terrorista. Qué añadir de la ilustre constitucionalista, Carmen Calvo, eminencia, claro, cuando promete que «no podrá haber fundaciones públicas ni dinero público que enaltezca [el] totalitarismo». Fue así que la izquierda reaccionaria, incapaz de legislar a fondo en las cuestiones clásicas, aspira a imponer por la vía de la democracia militante una serie de iniciativas llamadas a inflamar el debate público sin más objetivo que sumar votos y acotar en la leprosería a sus rivales políticos. Sobre las cenizas de lo que fue la izquierda racionalista los nuevos jinetes iliberales han concluido que en España no hay más forma de arañar el poder que aliados con las fuerzas nacionalistas y/o aupados a las construcciones simbólicas de unas escaramuzas culturales más epidérmicas que reales; excepto en cuanto atañe al campo de juego dialéctico y el libre intercambio de ideas, cada día más amputado y claustrofóbico, más angosto, miserable y opaco. Huelga decir que quienes sonríen paternales ante su agenda hipster, de la transición energética a las herramientas del #MeToo, serán inevitablemente arrasados. Lo sé: por mucho que los Oscars obliguen a que las películas sean inclusivas eso no moverá un centímetro la realidad social del Bronx. Cambiará el cine, desertizado por los afanes de los nuevos censores. Pero la transformación social, lejos de mitigar los azares que impiden el libre desarrollo de los individuos, quedará reservada para el cultivo de un ecosistema intelectual mucho más pobre y una sociedad adicta a perseguir cualquier disidencia.