Opinión
Un gigantesco parque eólico
Nada más coronar el puerto de Oncala se distingue al fondo Sarnago, en el costero, al pie de la Alcarama. El sol de la tarde ilumina la mampostería de las casas. Se echa en falta, arriba en el centro, la torre de la iglesia, seña de identidad del caserío desde siempre, que se perdió con el derrumbamiento. La vuelta al pueblo es siempre un regreso a la infancia. Supone un choque interior y un reencuentro sentimental con uno mismo y con la sombra de las ausencias. Es natural que uno se agarre a lo reconocible: el camino, mil veces recorrido, por el que avanza el coche levantando una nube de polvo, los rastrojos calcinados del final del verano, las ruinas de San Pedro el Viejo, las lomas y laderas, el bando de cardelinas en los cardos, donde había una fuente y una junquera, que las máquinas se llevaron por delante; las paredes de losas desportilladas en los orillos de las piezas, con bizcobos y escaramujos; el cerro del Castillo, las ribaceras de la Solana con oscuras aulagas sin flor y tomazas con botones amarillos; los barrancos que cruzan los cabezos pelados, los corrales hundidos de la Cruz de la Villa y, en la última vuelta del camino, la aparición repentina del pueblo con una cenefa de verdor envolviendo las casas y las ruinas…Todo te devuelve a la infancia perdida.
A las novedades que han desfigurado el antiguo paisaje –la caída de la iglesia, la repoblación forestal de pinos que acarreó la despoblación humana de la comarca, los destrozos de la concentración parcelaria, que alteró el ecosistema…–, se añade ahora una amenaza que puede ser definitiva. Hay un gigantesco proyecto de parques eólicos que se van a enseñorear, sin resistencia, de las sierras y los montes de las Tierras Altas de Soria, último vestigio de Naturaleza pura, aprovechando que los pueblos están vacíos o semidespoblados. Ya vuelan los buitres.
Toda la mítica sierra de la Alcarama –el monte sagrado de los iberos, según Plinio, la montaña de mis sueños y mis relatos– va a ser ocupada por gigantescos aerogeneradores metálicos, que contribuirán seguramente al progreso, al negocio de unos cuantos y a la ruina definitiva de esta sacrificada comarca, la más despoblada de Europa, que un día fue el corazón de la Mesta. No es fácil explicar lo que ocurre dentro de uno cuando le destruyen el paisaje de su infancia.
✕
Accede a tu cuenta para comentar