Coronavirus

El regreso a las provincias

Hay peña que mira hacia el futuro y ya no se ve frente a un escaparate de la Gran Vía

Se termina esa estación fugaz que son las vacaciones y se descubre con asombro que a uno le despiden en las provincias con la lírica del pésame, como si uno se marchara a alguna guerra napoleónica en vez de a la capital. Antes, el hombre acudía a la metrópolis buscando una mejora social/económica, que se había extendido en el imaginario que las ciudades eran una fuente de promisiones, o para alcanzar el cielo de la universidad y el progreso cultural y científico, que en nuestro caso jamás resultó estar a una cota muy alta, y así ensanchar el horizonte intelectual y humano de la tierra chica, o sea, la aldea.

Esto sucedió cuando todavía cantaba Lola Flores y las plazas de toros no reunían en sus tapias a los antitaurinos. Pero eso de las grandes urbes como cuna de beneficios es un cuento que pocos se creen hoy. Lo de irse a vivir a cualquier Manhattan quedaba moderno hace décadas. Daba un aire Woody Allen, con sus cafés y garitos de jazz, aunque alguno corriera el riesgo de quedar como los personajes de «Midnight Cowboy». La Covid-19 ha roto el viejo sueño urbanita como también ha acabado con la utopía de los minoristas y los autónomos.

El teletrabajo está teniendo un punto milagroso y ha devuelto la mirada a los que andaban ciegos. Más de uno se ha entregado a la apuntación de los pecados capitales de las ciudades y ha puesto en la balanza personal las gratificaciones y las incomodidades que acarrea eso de vivir a la sombra de rascacielos y otras neoyorquizaciones. Lo que asoma es una nómina sombría de alquileres caros, pisos imposibles de adquirir, poluciones varias, restaurantes que te meten el palo y un tráfago de prisas que quedan muy emocionantes en el «Wall Street» de Oliver Stone pero que en la realidad solo procuran infartos.

A la gente hoy lo que le interesa es cómo el Gobierno va a legislar el teletrabajo para regresar a las provincias, que muchos daban por muertas y que, hombre, se ha redescubierto que allí se vive con mayores anchuras y menores penalidades. Hay peña que mira hacia el futuro y ya no se ve frente a un escaparate de la Gran Vía o en una terraza de la Castellana tirándole la caña a alguna guapa, sino en la costa, agotando tarifas de internet para sacar una nómina con la que vivir y no solo mantenerse. Con esto de lo digital, las ventajas que aportaban los madriles o las barnas son escasas, aparte de un par de museos, algo de cartelera teatral y, si nos ponemos finos, cierta multiculturalidad, pero para eso uno se pira a Londres o Boston y se matricula en sus universidades, que molan. En Suiza hay arquitectos que viven en las montañas, como Zaratustra. Y aquí se ve que comenzamos ahora a vislumbrar ese camino.