Opinión
Un cantante debe morir
Hace un año anunciaron el disco póstumo de Leonard Cohen, Thanks for dance. Un sobrio ramillete de esbeltas canciones que grabó mientras agonizaba, posteriormente vestidas por un equipo de ases musicales comandado por su hijo, Adam Cohen. En 2016 la noticia de su muerte había coincidido con el triunfo de un patán como Donald Trump. Cuatro años más tarde los asesores del presidente pidieron permiso a los herederos del carismático trovador para que su carnal Hallelujah cerrase los fastos de la convención republicana. Su tajante negativa no les impidió usar por duplicado el tema. Primero lo masacró una cantante de karaoke que no desentonaría en una basura del calibre de Operación Triunfo; después hizo lo propio un tenor de saldo que haría las delicias de Carmela Soprano en el Vesubio. Pero las desdichas con el legado de nuestro canadiense favorito (con el permiso de Neil Young y Susan y Steven Pinker) no acaban en el desacomplejado galope de la «derechita neanderthalensis». También sufre las hazañas de una izquierda especializada en imponer por la vía del derecho penal y/o la lapidación del réprobo todas y cada de sus miserables obsesiones. Cohen, adorador de las mujeres obsesionado con su misterio e incapaz de comprometerse en una relación monógama, aunque siempre elegante y discreto, hoy pasaría por una suerte de follador rijoso. «Tengo un coño en la cocina y una pantera en el jardín», canta en Happens to the heart. Más de una y más de dos jóvenes reseñistas regaron con bilis sus crónicas, incapaces de imaginar un mundo que palpite con arreglo a unos códigos amorosos y estéticos no sancionados por el comisariado político contemporáneo. «Si quieres un amante», cantaba en I´m your man, «Haré cualquier cosa que me pidas/ y si quieres otra clase de amor/ llevaré una máscara por ti». Por no hablar de letras tan explícitas como la de Don’t go home with your hard-on… ¡Carne de guillotina! Lo anticipó él mismo en 1974, cuando daba las gracias, «por cumplir con vuestro deber/ guardianes de la verdad, vigilantes de la belleza/ vuestra visión es correcta y la mía incorrecta/ perdón por manchar el aire con mi canción».
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