Opinión

Pablo I de España y V de Galapagar

Pablo Iglesias, vicepresidente, tal vez piense que de cuna revolucionaria le viene el derecho dinástico para derrumbar el régimen del 78. Estamos los que nacimos en cunas plebeyas que igual, mire, no estamos de acuerdo. Su subalterno Garzón es el que pone las banderillas y luego llega el maestro a rematar, como Curro Romero o Rafael de Paula, pidiendo silencio y haciendo ruido en la plaza. Eso es filosofía. Todo transcurre despacito, pasito a pasito, suave, suavecito, con un guion que para ellos ya tiene final. Vuelta al ruedo con la Corona a modo de oreja y rabo. Mucho arroz para tan poco pollo con la cresta aún por crecer. Lo peligroso de este mirarse las pelusas del ombligo es que el jefe del Gobierno no mueva ficha para que salgan del tablero. El silencio hace cómplices a los poderosos y a veces no está mal hacerse la rubia, señor presidente, pero no el mudo. Un Harpo. O un «Harper’s Bazaar», que viene a ser en este contexto un «Vanity Fair», ya me entiende. Los tiburones han olido la sangre y salen de caza mayor. Rumiando. Como la comida de Monedero si el pirónamo ideólogo fuese una vaca. El mapa de la batalla está extendido sobre la mesa de estos generales de la estrategia que anhelan cruzar la línea enemiga ahora que en las trincheras el pueblo tirita por la pandemia y su futuro. No es el Rey el que deambula desnudo sino el Gobierno. El pueblo no puede darse cuenta, claro, hay que desplegar una deslumbrante pasarela. Desde todos los medios internacionales señalan a España por su incompetencia para derrotar a la Covid. Hay que iluminar el cielo con fuegos de artificio y, entre tanta traca, asaltar el palacio. La ministra Calvo pide tranqilidad: «Y cuando digo todos, digo todos». Acaso se estará refiriéndose a sí misma. En las redes, serpientes y corderos hablan de golpe de Estado. Así comienzan. No nos lo creemos. Hasta que la bestia atraviesa los amuletos y los libros sagrados de la Constitución y, para la hora de la merienda, no hay yogures en la nevera sino reputaciones jibarizadas. Pablo Iglesias quiere que se dibuje un paréntesis entre Azaña y él mismo. Lo que vino después ha de ser deslegitimizado. «Vilma, ábreme la puerta».