Opinión
Rescate de la cultura
Entre los sectores más dañados por la crisis del covid-19 está el de la cultura. Sobrevive bien en internet, pero no en todo aquello que requiere la presencia del público. Salas de teatro y de concierto, exposiciones, cines… se han visto afectados. Lo serán de nuevo, con las medidas de confinamiento que se avecinan, si las autoridades siguen mostrándose tan perfectamente inútiles como hasta ahora para controlar la pandemia. Hay una parte puramente económica, en la que el sector debe recibir, como ya ocurre desde el plan de rescate de hace unos meses, ayudas para la supervivencia de los agentes culturales y de sus empresas. Hay otra parte que llevará a un nuevo replanteamiento de la forma de vivir de un sector que sigue necesitando la contribución pública. Y es en este punto, precisamente, donde se podía empezar soluciones distintas a las que se han venido aplicando hasta ahora.
Hace mucho tiempo que el Estado español hizo suyo el modelo francés. Consiste en hacer del Estado el principal agente cultural y para ello en considerar como cultural cualquier manifestación expresiva de cualquier tipo. Aquello funcionó mientras hubo dinero público de sobra. Se acabó en torno a 2010, sin que variase la política llevada a cabo. Como en muchas otras cosas, las reformas en este punto consistieron en reducir el gasto sin plantear a fondo una manera nueva de enfocar la realidad cultural. Así que seguimos con el «todo es cultura», pero en versión cada vez más pobre y degradada.
En este punto no hay distinciones sensibles en cuanto a la izquierda y la derecha. Mejor dicho: la derecha, que no ha tenido el menor interés en la cultura más allá de la conservación del patrimonio, ha aceptado la idea que la izquierda ha ido elaborando. Acepta con gusto el papel de comparsa que se le reserva y se limita a gestionarla, con algún cambio de orden anecdótico. El resultado es que la cultura es el gran altavoz de la izquierda, de sus prejuicios, sus tics, sus manías, sus trivialidades.
La crisis actual, que se suma a la anterior, debería llevar a reflexionar a fondo acerca de esta realidad. Atañe a la financiación, pero también al concepto mismo de cultura que se quiere promover y divulgar. Ante la escasez de recursos, convendría redefinir qué es la cultura, dejar atrás el «todo es cultura» y centrar los esfuerzos allí donde valga la pena. Un elemento distintivo podría ser la transmisión y la popularización de los elementos fundamentales de la cultura española en teatro, en música, en baile, entre otros. Uno distinto, que complementa el anterior, consiste en la elaboración de un concepto más abierto de lo cultural, lejos del sectarismo vigente durante años. Inevitablemente, la historia, la memoria y la identidad constituyen los puntos centrales de esa reflexión. La derecha tiene tiempo y capacidad intelectual para elaborar una propuesta propia. Suscitaría una enorme oposición y un escándalo a la medida de las décadas de dejadez y de abandono. Eso mismo debería ser un aliciente. Hay mucha gente esperando que alguien dé un paso adelante.
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