Opinión

Paulita y usted, señora

Paulita Naródnika, la reina del populismo vernáculo, fue entrevistada en «La Vanguardia». Las preguntas, como dijo Carlos Alsina en «Más de Uno» en Onda Cero, fueron amables. Pero las respuestas indicaron que la ultraizquierda no tiene ninguna intención de ser amable con usted, señora.

La Naródnika, como todos los totalitarios, quiere cambiar la sociedad a golpes supuestamente bondadosos, y pregona sobre su medida estrella, el ingreso mínimo vital: «nosotros aprobamos un nuevo derecho social». Ni una palabra tuvo en favor de los derechos de las trabajadoras que con sus impuestos serán forzadas a pagarlo. Casi parecía que fuera un regalo de Podemos.

Quiere cambiar la economía con «una nueva élite empresarial». Asegura que es necesario aumentar el gasto público, como si fuera gratis, y que se debe reindustrializar el país, pero «con criterios diferentes a los del 78». No solamente quieren cargarse la transición política sino que su adanismo revolucionario se extiende a una magia económica donde el milagro estriba en subir los impuestos a los empresarios. Seguidamente, y sin rubor, proclama: «Para un país como España, el desarrollo del estado del bienestar en los países nórdicos es lo más sensato». Ni un segundo perdió en aclarar que en los países nórdicos el estado de bienestar no es financiado con los impuestos que pagan las empresas, que son relativamente bajos, sino con una elevada fiscalidad que descarga su peso sobre el conjunto de los trabajadores.

Como apuntó el profesor Andrés Betancor en «Expansión», Paulita vive en un mundo paralelo donde los deseos se confunden con la realidad y la estrategia con los hechos. Asegura enfáticamente que la principal amenaza de Europa es la ultraderecha y al tiempo que recela del carácter democrático de la derecha, subraya que nunca va a gobernar otra vez: «Es prácticamente imposible que vuelvan a estar en el Estado».

Una vez en la pendiente, es difícil detenerse. Así, quiere una república, lo malo no son los okupas sino los desahucios, lo peor es el «poder mediático» (salvo el suyo, claro), la prensa ha de ser adicta, la política monetaria la debería decidir el Congreso de los Diputados, y lo malo de las residencias de ancianos es que algunas todavía son privadas. La evidencia no avala lo que afirma. Pero la intención a la hora de no respetar los derechos y libertades de usted, señora, es diáfana.