Opinión

La maldad no tiene sexo

En estos tiempos de buenismo exacerbado, donde parece que no se puede decir ninguna cosa negativa especialmente de las mujeres, porque es pecado y conlleva sospecha, la realidad nos hace comprobar algo tan necesario como que hay mujeres buenas, malas y regulares. Y hasta asesinas, por supuesto. Como, presuntamente, la viuda negra de Alicante o la esposa de Josep Maria Mainat (que no lo logró). Basten estos dos casos, de rabiosa actualidad, además del referente griego de Medea, para subrayar la evidencia: las mujeres, también matan, aunque según los expertos, la criminalidad femenina se haya pretendido ignorar durante muchos años. ¿La razón? Son dos. La primera que matan mucho menos que los hombres, en general. Y la segunda que suelen ser más «astutas, metódicas, discretas, planificadoras y detallistas a la hora de cometer un crimen», según se recoge en un interesantísimo artículo del Colegio Profesional de Criminología de la Comunidad de Madrid, publicado el año pasado. Lo cierto es que son muchos los casos de homicidios, sobre todo de niños, perpetrados por mujeres, que jamás se llegan a descubrir. Y también es verdad, que la mayor parte de los neonaticidios (asesinatos de niños en las 24 primeras horas de vida) son realizados por mujeres, por motivos sociológicos obvios, que ahora no corresponde analizar. Pero es preciso admitir que la maldad no tiene sexo, aunque la violencia explícita y la agresividad estén más relacionadas con los varones por una conjunción de aspectos biológicos y psicosociales que van desde la testosterona, hasta las actividades masculinas, históricamente más bruscas. Con todo, querer negar la maldad o la criminalidad femenina implica otro tipo de discriminación, que tampoco contribuye a que nuestra sociedad sea, definitivamente, más igualitaria.