Opinión

Un dos de mayo en octubre

A Madrid se la sopla el estado de alarma, sabe que por mucho que suenen la campanas quedan vivos para hacer de la Gran Vía un enorme cementerio con lápidas por las que nunca seremos olvidados. Hagan sitio. Las chicas y los chicos se pasean entre los escaparates como si hubieran descubierto la adicción a una nueva droga y los travestis se juegan el tipo y la entrepierna. Cuentan los taxistas que jamás habían ido tanto a las gasolineras en busca de hielo para las fiestas privadas. Madrid es un lugar en tránsito por lo que el cierre ha sido cortarle los huevos a un toro. A ver quién embiste antes, Ya que no se dirime un enigma sanitario sino político, digamos que a las encuestas les va a hacer poca gracia la medida extrema del Gobierno. Han convertido a Ayuso en una heroína envalentonada que pasa su particular dos de mayo, solo que por la Puerta de Toledo no se avistan tropas sino susurros, como en la «Giulietta» de Fellini. Los madrileños viven en una película en la que miran a cámara para recordar que son mortales. Sánchez ha conseguido que en el imaginario el enemigo no sea el virus sino él mismo. Tantos meses sin hacer nada y, de repente, el encierro. Parece un decreto escrito por Panero cuando la cabeza se le convertía en una olla podrida, aunque el BOE no es capaz de crear versos sino farfulla. Ni la filosofía de Illa le ha dado ese reconfortante modo literario. El ministro que cree en las almas. En el Gobierno con alma. Le falta pasar el cepillo al término de la Eucaristía. Esta guerra nos mantiene de rehenes de una idea totalitaria en la que ganará quien mejor venda la estadística. El poder menosprecia a los que tras las ventanas y sin hacer ruido se cansan ya de los discursos tramposos. Hay un Madrid silencioso que espera a ajustar cuentas con el destino. Si Ayuso abre las urnas se colarán rebeldes que le dirán a Aguado que debió ajustarse mejor los pantalones, que no vale hacerse un Rivera porque su historia no merecerá ni un libro. Al menos Albert se fue con Malú, pero a Aguado, quién le cantará. O conmigo o contra mí, señor Ignacio. Madrid es de acabar tarde y vomitando. A esas horas Sánchez y Aguado están durmiendo.