Opinión

El genio de Albert Einstein

Ningún líder que se precie llegará a serlo si fundamenta su estrategia en la ruptura. La cohesión es el único material para la conciliación política y, por ende, social. Ahí se mide la talla de un liderazgo, en la unión. Y eso vale para un rey, para un vicepresidente, para el encargado de una planta desalinizadora y para el director de un equipo ciclista.

Felipe VI es el Rey de todos y lo sabe. Por eso representa a todos, no a él mismo, no a una parte, no a unos pocos; a todos. Decía el político estadounidense Adlai Stevenson que es muy difícil dirigir la caballería si piensas que te ves gracioso montando a caballo.

Asistir a una ceremonia oficial presidida por el Rey llevando una mascarilla con un logotipo republicano no es un acto subversivo, ni de resistencia, ni siquiera entra dentro de la libertad de expresión; tampoco es delito, simplemente es falta de clase, de educación, una considerable falta de saber estar.

De esa desubicación vital vienen muchos de nuestros males, de desconocer cuál es el lugar que se ocupa para no invadir territorios que no corresponden. El Rey sí conoce el suyo, porque domina las reglas del saber estar y se mantiene en su sitio. Aquél que ha aprendido a obedecer, sabrá cómo dirigir, señaló el estadista griego Solón.

Cada momento tiene su lugar y exige un comportamiento acorde al estatus, al igual que cada instante tiene su propia lectura. Puede que el Monarca, durante la festividad de la Fiesta Nacional, se viera tentado de perderse en las palabras de Emil Cioran: «A medida que los años pasan, decrece el numero de seres con quienes puede uno entenderse». Pero su lectura , la que tocaba hacer ayer, era «Sobre la clemencia», de Séneca : «Es propio de un espíritu elevado estar sosegado, tranquilo y desde lo alto, despreciar ofensas e injusticias».

Los pequeños gestos son otros si se persigue agrandar un mensaje. Ayer, nuestros representantes políticos lo tenían fácil, aunque fuera por puro mimetismo. Hacía tan solo unas horas que Rafael Nadal había ganado su 13º Roland Garros, y su gesto de priorizar la difícil situación sanitaria que vivimos todos sobre cualquier triunfo personal le hizo incluso más grande, llamando a la unidad para superar juntos la pandemia. Para los que vimos a Nadal, nuestra lectura era Shakespeare: «Algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande».

Eso es un gesto, eso es un mensaje, no poner cara de enfadado al saludar al Rey, llevar un vestido morado creyendo que un color evidencia el republicanismo o saludar al Monarca con la cabeza, casi imperceptiblemente, como si le molestara. Si no quieres asistir a una fiesta de cumpleaños, no vayas; es legítimo pensar que no hay nada que celebrar, pero si vas, procura estar a la altura, no vayas a colocar petardos en la tarta o a mearte en los regalos.

Ayer, durante la celebración del Día de la Fiesta Nacional, la tensión política volvió a quedar por encima de la sociedad. No hubo gestos, sino bufonadas propias de la mezquina clase política que tenemos. Los ciudadanos, cada uno con nuestra lectura, estamos ya muy cansados, y eso es peligroso.

Lo advirtió el filósofo alemán Edmund Husserl en Viena en el año 1935, en pleno apogeo de los totalitarismos: el mayor peligro para Europa es el cansancio. Y el hartazgo es mayúsculo.

En momentos como estos, uno recuerda las palabras de Albert Einstein: «Cuando te mueres, no sabes que estás muerto, no sufres por ello, pero es duro para el resto. Lo mismo pasa cuando eres imbécil». Einstein, un genio.