Opinión
Baño de bosque
En Japón tiene varios millones de seguidores. Lo llaman «shinrin-yoku», que quiere decir «baño de bosque». Parece que es una buena idea. Últimamente se multiplican los estudios con apariencia científica sobre la influencia reparadora de los paseos por las veredas del monte. Ponderan su influencia reparadora sobre el organismo humano deteriorado y es especialmente recomendado a los habitantes de la ciudad, acorralados por la peste, que no estén aún confinados. En los pueblos este convencimiento viene de antiguo. En mi niñez se llamaba «tomar el aire» o «cambiar de aires». Y era mano de santo. Desde 1985 el Gobierno japonés promueve itinerarios por una red de bosques para ahorrar gastos a la Sanidad pública. Estos apacibles paseos entre los árboles no sólo mejoran la salud quebrantada, sino que, además, fortalecen las defensas y previenen determinadas enfermedades. Algunas investigaciones médicas confirman que una caminata tranquila por el monte, preferiblemente entre árboles viejos, nos hace sentir mejor porque, entre otros beneficios, regula el cortisol, causante del estrés y la ansiedad. Lo peor del coronavirus es que tiene a mucha gente acobardada, con el corazón encogido, mientras los políticos se pelean entre ellos y van a lo suyo. Esto hace más irrespirable y agobiante el aire de la ciudad.
Así que esta es mi invitación, a contrapelo de la política, en este otoño luminoso y apacible. Hay que huir del ruido y de la furia. El otoño es la estación que se considera más propicia para este «baño de bosque». Sumergirse en la colorida belleza del hayedo, contemplar estos días el esplendor del acebal, observar en las riberas el oro de los chopos en hilera, andar pausadamente sobre la mullida alfombra del gayubar, oír en la hondonada el repiqueteo huidizo del pájaro carpintero, percibir sin mascarilla los fuertes aromas del sabinar, de las estepas, del romero y del espliego salvaje, probar al paso los frutos silvestres, mina de vitaminas: majuelos, escaramujos, gayubas, endrinas…, buscar setas, recorrer las veredas del viejo robledal, donde en cualquier momento puede levantarse el bando de perdices, sumergirse en el hondo silencio del pinar o en la austeridad del encinar, observar en lo alto el vuelo del cuervo o la majestuosa presencia del águila real… Quiero decir que la vida sigue. Lo importante en estos tiempos de incertidumbre y desconcierto es salir a su encuentro y reencontrarnos con la Naturaleza, libres de virus y de políticos.
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