Moción de censura
Moción constructiva
Tiene que dirigirse a todos. Tiene que ahondar y sacar a la luz lo que quiere decir el concepto de España, de nación española.
La estrategia del gobierno social peronista ha sido siempre la misma: ganar tiempo, como decía ayer LA RAZÓN en estas mismas páginas, y dorar sus galones progresistas a costa de una derecha con la que no se quiere llegar a ningún acuerdo y a la que califica de inconstitucional y antisistema. Habiendo olvidado cualquier otro objetivo, lo suyo es, efectivamente, ahondar la crisis y abrir las heridas sociales, históricas, culturales. Con eso se garantiza el apoyo de sus amigos los nacionalistas secesionistas y filoterroristas y lo que el PSOE cree que le favorece. Se equivoca, como demuestra la encuesta de NC Report de ayer.
La moción de censura de Vox parece encajar en este panorama y proporcionar al gobierno social peronista munición abundante. No tiene por qué ser así. Una parte de la opinión pública está convencida de que nunca ningún gobierno ha merecido como este una moción de censura. Esa misma convicción, en la que se mezclan rabia, indignación y dolor, obliga a sus promotores a adoptar una actitud muy específica. Habría que ir más allá del puro posicionamiento táctico en un panorama fragmentado. También habría que superar la pura y simple expresión ideológica. Para eso, organizaciones como Vox tienen recursos y plataformas de otra índole.
Al adelantarse como lo ha hecho, Vox ha asumido en primer lugar la obligación de representar y encauzar a todos los descontentos, que son muchos y por muy variadas razones. No puede por tanto limitarse a la crítica y al enfrentamiento. Hay que ir más allá y hablar y demostrar que se está con todos los que sufren, por una u otra razón, y a los que nunca, ni una sola vez, nadie de este gobierno se ha acercado con honradez, sinceridad y compasión. La cosa es increíble, pero expresa la degradación a la que hemos llegado. Este esfuerzo, bien realizado, despejará la atmósfera viciada en la que vivimos.
Pero Vox también se ha echado a la espalda otra obligación. Si piensa de verdad que hemos entrado en una nueva etapa de la Monarquía parlamentaria, si sus miembros están convencidos de que los consensos de la Transición han de ser renovados a fondo, han adquirido una obligación: la de proponer las grandes líneas no ya sólo de un proyecto político alternativo, sino de una nueva conformación que rescate un régimen que se encontraría al borde del Estado fallido. En estas circunstancias, nadie en la derecha puede hablar sólo de sí mismo. Ni siquiera puede limitarse a hablar para la derecha. Tiene que dirigirse a todos. Tiene que ahondar y sacar a la luz lo que quiere decir el concepto de España, de nación española. Es ahí, en ese solar abandonado y despreciado, donde Vox tiene que situarse mañana. (Lo mismo diría del PP si hubiera tomado la iniciativa). Esa es la actitud que hará avanzar a la derecha: hablar y convencer desde los principios, desde las convicciones, desde la confianza. Y como sugiere el historiador norteamericano Fred Siegel, decir la verdad sobre lo obvio.
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