Política
Casado y el caballo de Santiago
Fabula Cervantes en la página que precede al primer capítulo de El Quijote un diálogo entre Babieca y Rocinante. Es un soneto en el que quien lleva la voz cantante es el caballo del Cid, que interpela a su congénere sobre su extrema delgadez, pero es éste, el enflaquecido Rocinante muerto de hambre, quien pone el ingenio en la crítica ácida e inapelable a su dueño y su escudero. «¿Cómo me he de quejar en mi dolencia, si el amo y escudero o mayordomo, son tan rocines como Rocinante?».
Quiso Santiago Abascal en su pifia de censura a Casado ampulosamente vestida de moción al gobierno Sánchez, tirar del clásico pasaje bíblico de San Pablo y su caída del caballo camino de Damasco para expresar su confianza en que los populares terminaran apoyando su intentona. «Espero», dijo, «que se caigan del caballo y se sumen a la moción». No habla Lucas en el texto evangélico de caballo alguno, pero ya forma parte de la tradición acudir a ese pasaje en el que Paulo recibe la iluminación divina añadiéndole al futuro santo un caballo del que caer en aquel momento crucial.
No sabía Abascal, ni había quien tuviera certeza absoluta fuera del círculo más cercano a Casado, cuál iba a ser el voto de los populares, aunque se barruntaba –y así lo avanzó este periódico– que sería un no. Para algunos, empezando por el propio gobierno, se trataría de un no con minúsculas, es decir, flojito, como con la boca pequeña para sortear el momento y pasar a la siguiente pantalla. Pero alumbró Casado un NO mayúsculo, sonoro y devastador. Tanto que desde tierra y noqueado, Abascal tuvo que reconocer su estupor y apenas fue capaz de reaccionar. Todo lo más, sacudirse el polvo de la caída y aceptar que la pieza de caza que pensaba cobrarse se le había revuelto abriéndole en la carne heridas que no esperaba. No incurables, pero dolorosas.
Quizá camino del refugio amable de los aplausos de su bancada, recordó algo que nunca debe dejar de considerar alguien aficionado a los caballos. Es de primero de equitación que no es ésta una ciencia exacta y que, montado en el brioso y guerrero Babieca con el que esperas someter a tu enemigo, has de contemplar la posibilidad de que éste gire bruscamente o se mueva en dirección inesperada, y entonces tu caballo, por muy firme y guerrero que sea, se arrugue o se asuste y pase en un instante a convertirse en un apocado Rocinante incapaz de batallar y tan sólo presto a huir.
En el diálogo cervantino entre los caballos no es el guerrero quien domina, pese a creerse en posición de exigir a Rocinante que filosofe menos y sea más real. Es este último quien despliega su ingenio para llevar al lector, de la mano del humor y la ironía, a la verdad de la historia, que es la miseria de su dueño y su escudero «tan rocines» como él mismo. Eso también es otra enseñanza.
En el Congreso, creyó Abascal estar en condiciones de exigir a Casado tomar partido, en la secreta esperanza de que le arrebataría parte de su territorio por la derecha. Pero no contaba con su ingenio y su capacidad de revolverse para colocarle ante la realidad de la situación. «Metafísico estáis», le dice Babieca a Rocinante, «es que no como» le responde aludiendo a lo evidente. Y a partir de ahí despliega una respuesta que silencia al guerrero no tanto por la limitada extensión del soneto, que también, como por lo incuestionable de su argumentario: su amo está enamorado y ya no razona, se ha cegado y lo mata de hambre.
Se equivocó Abascal en el juicio al adversario. Subestimó su capacidad de respuesta. Como lo hizo también la izquierda que en la víspera celebraba alborozada la desunión del bloque de derechas, cuando en realidad quedaban horas para que su ruptura alumbrara una opción decidida a ocupar el centro que dejaron libre Ciudadanos, por la irrelevancia a que casi le condena Rivera, y el PSOE de Sánchez infiltrado de populismo y bastante incómodo en su socialdemocracia de siempre.
Casado mostró el jueves que tiene capacidad política y hambre de liderazgo. Supo aprovechar el lugar y el momento para mostrarse ante un país demasiado cansado de broncas y pandemia, descreído de partidos y dividido, como un líder que ha encontrado su rumbo y quiere dialogar.
«Asno se es de la cuna a la mortaja», le dice a Babieca Rocinante en su amarga lucidez al hablar de sus amos y la escasa posibilidad de que mejore la situación. No van a cambiar, son así siempre. Se acopla el verso, quizá como eco lejano, seguro que injusto, al ánimo hoy de este país frente a la mayoría de sus políticos, sobre todo los del otro bando: rocosos, inamovibles, imposibles de quebrar en su negación del adversario.
¿Será el NO de Casado, además de un «hasta aquí» un «hablemos» mirando a la otra bancada? ¿Lo recibirán en el bigobierno como tal y responderán en consecuencia? Europa presiona y pandemia obliga.
Aquí, ciertamente, sí sería bueno poderle quitar la razón a Rocinante.
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