toque de queda

Otra temporada en el infierno

Nos quedan por delante los días de ir a currar y las noches para penarlos, como a Sabina. Y sí: serán 19 días libres y 500 noches en el sofá

Hay que prepararse, y no hablo de comprar papel higiénico aunque falta nos va a hacer. Digo prepararse mentalmente, organizarse, para los próximos seis o siete meses. Porque en su día ya tiré a la basura más de cien días de confinamiento y todo el tiempo que había recuperado para invertir de nuevo en bares (porque en los bares no se gasta, se invierte) no puede irse por el sumidero de cualquier manera. Otra vez el silencio, las calles vacías, las horas muertas. Necesito un plan.

Como el largo poema tóxico de Rimbaud o como los seguidores de toda la Segunda División, vuelve una temporada en el infierno. Rimbaud, por cierto, escribió aquel libro durante unos meses en Londres en los que cambió el hachís por el opio y le quedó una obra llena de delirios. Creo que lo del opio lo he descartado para mis propios planes y ni hablar de escribir verso ni prosa, pero tengo sin leer «Crimen y castigo» que también nos viene al pelo de 2020, y un par de mamotretos que hacen bonito en la estantería pero que jamás he considerado ni sopesarlos. No digamos ya leerlos. Nos quedan por delante los días de ir a currar y las noches para penarlos, como a Sabina. Y sí: serán 19 días libres y 500 noches en el sofá. Las drogas, una vez más, a gusto del consumidor.

Quizá sea el momento de viajar hacia adentro, de mortificarse un poco. ¿Meditación? ¿Introspección? ¿Telecinco? Seguro que en los tres casos no me gusta lo que veo y resulta una completa pérdida de tiempo. Pasamos palabra. ¿Macramé? ¿Ikebana? ¿Bricolaje? Prefiero el opio. ¿Y si es el momento de aprender a tocar la guitarra? «Ok, boomer», pero no tienes edad para eso ni para algunos cortes de pelo. ¿Formación a distancia? Venga, va, pon Telecinco. Nada me llena sin bares y sin conciertos, no tengo ilusión. Pero hay que pensar en lo que se puede hacer y no en lo prohibido. Seré humilde en mis propósitos: creo que lo único que le pido a esta segunda ola es sortear una de las crucifixiones del primer confinamiento que se llamaba jornada laboral de once horas. Modestamente, tampoco me vendría mal ampliar mi recetario más allá de las fronteras de los fritos y el microondas, pero los cocinillas siempre me han dado una rabia tremenda y no quiero convertirme en un listo que sabe qué se echa primero a la sartén, si la cebolla o los ajos. Y no pienso perder el tiempo con algo superfluo como hacer tartas si todavía no domino las lentejas, pero todo cabe, porque los atentados gastronómicos son crímenes sin víctimas. No como las fiestas y los botellones, no como el Halloween que esperemos que nadie celebre (porque es una horterada principalmente) y que ahora parece el gran desafío al que nos enfrentamos como sociedad: la Navidad, los puentes, las fiestas. Igual no hemos aprendido nada.