Opinión
El combate
EE.UU. encara mañana unas elecciones históricas. Un candidato convencional, gris, frente a un rutilante populista de derechas. La izquierda reaccionaria, enfrentada con los valores de la democracia liberal, apoya, aunque con reservas, al demócrata Joe Biden. Pero ojo. El combate no es entre dos versiones alternativas del autoritarismo versión siglo XXI. Mientras que los zumbados de las teorías críticas, la cultura de la cancelación y el posmodernismo forman parte de la coalición demócrata en calidad de ala radical a la izquierda, a los zumbados creacionistas, los conspiranoicos, los que consideran que los medios de comunicación son directamente enemigos del pueblo y los fervientes nacionalistas los representa un Donald Trump que personifica mejor que nadie el desprecio a la razón y el humanismo. A diferencia de su rival, un político corriente, con toda una vida dedicada mejor o peor al servicio público, el todavía presidente es un charlatán coronado en la telebasura. Y mientras que el primero tiene que convivir y generalmente discutir las barbaridades y excesos de los woke, el segundo alienta y alimenta los peores instintos y certidumbres de quienes hace tiempo que renunciaron a defender el sistema. No crean que son melindres de corte ético los que animan estas líneas. La aversión de Trump por los hechos, y su cuelgue de la propaganda, provocaron que haya gestionado la crisis sanitaria y económica del coronavirus con una negligencia comparable a la de un Pedro Sánchez en España, un López Obrador en México o un Jair Bolsonaro en Brasil. Sus ataques a la ciencia son proporcionales a la batería de medidas que ha adoptado para tumbar las regulaciones en defensa del medio ambiente. Su engreimiento de payaso enfrentado a unas élites intelectuales a las que detesta explican que todavía crea, como tantos analfabetos, que el cambio climático del antropoceno es un montaje publicitario diseñado por los ecólatras entusiasmados con Greta Thunberg. Trump no es la solución para una democracia liberal acosada sino parte esencial del problema. O como dice Steven Pinker, necesitamos un movimiento más vigoroso, robusto e inclusivo en pos del progreso basado en la evidencia y la racionalidad, no dos versiones, a izquierda y derecha, del ácido populista.
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