Opinión

En torno al populismo

Con más de 94 millones de votos por correo pendientes de recuento, al leer estas líneas el día en que se publiquen, quizá usted no sepa quién va a ser el próximo presidente de los Estados Unidos. Según las encuestas y los modelos previos desplegados por los simuladores políticos, ganaría el demócrata Biden. Pero hasta el portal especializado FiveThirtyEight se coge con papel de fumar sus propios cálculos de victoria del aspirante, en esta lid electoral que ha pasado de ser relevante por su influencia a fundamental por sus consecuencias y su significado.

En todo caso, pase lo que pase, esta elección se ha producido en un escenario mundial marcado por la incertidumbre ante dos situaciones inesperadas: la Pandemia de la Covid19 y el adelanto inevitable de la revolución tecnológica.

El propio carácter y formas de Trump constituye también otro factor que ha definido la particularidad de las elecciones. No resulta muy aventurado estimar que de no ser por los contrapesos democráticos e institucionales de los Estados Unidos, el actual presidente ya se habría convertido en un dictador de serie distópica. Ganas no le faltan, y talante le sobra. Su indefinición sobre temas trascendentales, sus adolescentes cambios de opinión, su idea irreal de un mundo de buenos y malos -de piel clara los primeros, de origen desarrapado y oscuro los segundos- son adornos que convierten a cualquier gobernante en un peligro cierto y más abrumador cuanto más amplio sea su poder.

Fundamentar su éxito, como ha intentado vender, en un crecimiento económico notable, no deja de ser otra falsedad, en tanto la economía estadounidense comenzó una poderosa expansión en los últimos años de Obama mientras el resto del mundo se contraía. Y el triunfo económico de Trump es mantener esa política que en público denosta.

La cuestión clave, en todo caso, es la medida que el resultado de las elecciones nos va a dar del poder del populismo para mantenerse a flote y hasta crecer en el actual ecosistema mundial de incertidumbre por el presente de pandemia y por el futuro tecnológico.

Los populismos tienden a servirse de la mentira para argumentar a su favor y en contra del adversario, que es todo el resto del universo político y económico. La incertidumbre tecnológica juega también en su campo, en la medida en que le permite obtener herramientas para el control social y la universalización de esa mentira que lo alimenta.

Quizá a estas alturas, cabalgando a lomos de las fake news sobre supuesto fraude electoral, estemos ya empezando a asistir a los movimientos implacables de un Trump que al no verse claramente ganador se deslice por la pendiente de la movilización emocional que termine en violencia. No es imposible.

Pase lo que pase, cualquier análisis del resultado electoral o de sus consecuencias políticas o sociales habrá de pasar por poner el foco de la reflexión en el papel del populismo, en su valor presente, en su capacidad de convertirse en alivio de la frustración y refugio de la incertidumbre.

Sabiendo, además, que ese análisis sobre el modo en que gestione su relevancia el populismo puede resultar eficazmente exportable, para entender lo que pueda pasar y anticiparse a ello en cualquier lugar del mundo en el que ha alcanzado ese objetivo único para el que trabaja y se reproduce que es alcanzar el poder.