Donald Trump
Esperando presidente
Nada de resultados inmediatos. Y luego los infinitos pleitos, para los que ya hay legiones de abogados al acecho. Todo ello remozado de acusaciones, en un clima de venenosos resentimientos
Salvo agradable sorpresa, parece que no llegará, como muy pronto, hasta el viernes y eso sin contar la maraña de demandas judiciales a la que darán lugar los estrechos resultados. Ambos bandos se observan con los cuchillos en la boca, dispuestos a gritar ¡¡¡fraude!!! Los demócratas empezaron la noche en la que conocieron los resultados de hace cuatro años, echándoles a perder las celebraciones ya iniciadas de la que daban por indudable victoria de Hilaria. Hasta el pasado diciembre, la política interna americana fue un incesante y siempre fallido impeachment, del improbable presidente recién elegido. Primero la supuesta interferencia rusa. Un Russia-gate que se prolonga hasta la actualidad con revelaciones cada vez más escandalosas de la intervención del FBI de Obama para beneficiar a la Clinton y difamar a Trump, contra el que no hubo pruebas, pero que se aprovechó para empalar a algunos de sus colaboradores. Luego que en el proceso anterior había cometido el delito de obstrucción a la justicia. El mismo resultado. A finales del 19 el tema ucraniano, a sabiendas de su inviabilidad política.
Y llegamos a las elecciones. La pandemia, sus repercusiones económicas, la barbarie de las manifestaciones antifas y de los Black Lives Matter, todo cargado con dedicación y esmero a la cuenta del extraño presidente, llenaron de esperanzas los corazones demócratas, que en las primarias tuvieron que promocionar a un candidato mediocre y con síntomas de senilidad para bloquear al izquierdista Sanders, que corroboraba las acusaciones de Trump de deriva demócrata hacia un radical y ruinoso socialismo. En reverencia por el culto gauchista a la diversidad y lo identitario de todo tipo, excepto nacional, le proporcionaron para la vicepresidencia a una señora fiscal, con mejor pedrigree académico que su pretendido jefe, y perteneciente por sus progenitores nada menos que a dos minorías: negra e india. Dada la fragilidad física y mental de Biden, Kamala Harris podría ocupar su puesto incluso antes de que termine el hipotético primer mandato, con la representatividad que le confiere haber sido una pretendiente desechada por los votantes de su propio partido en las primeras rondas de las primarias.
So pretexto de pandemia, los demócratas han forzado, desde su mayoría en la Cámara de Representantes, un masivo voto por correo, provocando un tsunami de 100 millones de papeletas, cuyo ciclópeo control no puede dejar de producir recelos, tanto sobre el método como por su intencionalidad. Las normas generales han sido desafiadas por los jueces de cinco estados, permitiendo que se recuenten los votos llegados días después de que se cierren las mesas. Nada de resultados inmediatos. Y luego los infinitos pleitos, para los que ya hay legiones de abogados al acecho. Todo ello remozado de acusaciones, en un clima de venenosos resentimientos. Con los antecedentes de los reiterados y espurios impeachments no debería quedar duda de quienes están dispuestos a todo para vencer, por más que Trump se sume a la ceremonia, aunque no sin razón o razones, exhibiendo su impotencia para contener su fecunda boquita, aunque sea como un boomerang que termine golpeándolo. Veremos si todo está resuelto antes del 20 de enero, fecha de la toma de posesión. De momento, 8 de la tarde, Trump ya ha pedido nuevo recuento en Wisconsin, uno de los tres estados septentrionales que en el 16 le dieron una victoria por los pelos, y denuncia un fraude masivo en Pensilvania, otro de aquellos tres.
Lo que sí ya sabemos es que, contra las apariencias, no ha habido nada nuevo, nada de lo que está sucediendo debería sorprender. El país está partido casi exactamente por la mitad, mitades que se temen y odian, y lo apretado de los resultados no hace más que reflejarlo. Trump no ha hecho nunca nada por buscar una reconciliación y los demócratas menos. Ni la menor disculpa por sus fallidas e infamantes acusaciones. ¿Y las encuestas? Semana tras semana sus promedios, le han estado atribuyendo a Biden una ventaja de entorno al 8% de intención de voto, y en los estados próximos al empate y como muchos compromisarios en el Colegio Electoral, del 4%. La apreciada pero irrelevante victoria en votos populares parecía imposible y lo sigue pareciendo, pero con un margen mucho más pequeño, como en el 16 o menos, mientras que entre los Grandes Electores, los sabios del riguroso análisis estadístico de las encuestas, en el sitio web 358 (threefiveeight), después de 40 mil simulaciones, le atribuyen al candidato republicano una probabilidad de victoria del 10 %, 89 al demócrata y se supone que el 1% restante sería la de un empate en 269 votos. Eso según las encuestas ortodoxas, que fallaron estrepitosamente en 2016. La explicación para el 16 puede ser todavía más válida en los comicios actuales. El voto oculto proTrump, de quienes no quieren decir que lo van a votar por la presión a la que se sienten sometidos
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