Política
Un PSOE sin sentido de Estado
En la historia reciente del PSOE, tanto en el Gobierno como en la oposición, la línea política la marcaba el partido, como es lógico, intentando situarse en el centro del tablero, impidiendo que esa posición estabilizadora del sistema se la arrebatasen o, en todo caso, haciendo contrapeso con el PP, el otro gran partido nacional. Pero algo ha sucedido que ha provocado un desequilibrio en un doble sentido, en el debate izquierda-derecha y en el territorial. La moción de censura que llevó inesperadamente a La Moncloa a Pedro Sánchez pudo ser una obra de orfebrería de traiciones e intereses cruzados, pero no una operación guiada por los intereses generales del país: simplemente era la última oportunidad que el líder del PSOE tenía para sobrevivir políticamente. O ahora, o nunca. El apoyo de todos los partidos que como objetivo principal tienen acabar con el orden constitucional, la Monarquía parlamentaria y la unidad territorial, lo que se denomina con desprecio «régimen del 78», anunciaba una verdadera ofensiva contra todos y cada uno de los poderes del Estado, sin medir que el propio PSOE podría salir dañado. El líder de Podemos entendió que su propia supervivencia dependía de acceder al Gobierno y hacerlo por la puerta grande. La inmoral negociación de los PGE, con un Sánchez incapaz de marcar una línea roja en las pretensiones de los independentistas, ha desvelado, una vez más, la clave de este Gobierno: la gran debilidad del PSOE frente a Podemos. Primero fue pactar con ERC la supresión del castellano como lengua vehicular en la enseñanza y la última la de convertir a Otegi en la figura principal del acuerdo que permite la aprobación de las cuentas, un hecho de alto valor simbólico, de aceptación de exactamente los mismos principios por los que ETA mataba, sin desdecirse de ellos, sin aceptar la menor culpa. Este cúmulo de felonías ha forzado a que algunos dirigentes socialistas con responsabilidad de Gobierno critiquen abiertamente la posición de Sánchez. Primero fue Guillermo Fernández Vara y ayer, Emiliano García-Page. No se equivoca este último al señalar que «Podemos nos marca la agenda y nos está arrastrando a una esquina del tablero». Eso es así, pero con un hecho fundamental: el actual Gobierno de coalición ha radicalizado toda la política española con unas medidas que han alertado a la Unión Europea en materias fundamentales en un estado de Derecho, como la independencia judicial y el control sobre la información. Sánchez no es que sea rehén de Iglesias, es que participa de una estrategia irresponsable para la estabilidad del sistema. ¿Puede entenderse el bochornoso viaje oficial a Bolivia del Rey acompañado de Iglesias sin el consentimiento de Sánchez? Una vez sobrepasados todos los límites políticos y éticos, sólo cabe que el histórico PSOE, sin queda algo de él, tome la iniciativa para frenar el sanchismo.
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