La opinión de Vicente Vallés

Bildu y las náuseas

EH Bildu está en las instituciones, pero no es obligatorio pactar con Arnaldo Otegi. El ejercicio del terrorismo o su justificación es la última frontera. O lo era.

El presidente de la Junta de Extremadura, médico de profesión, ha decidido esta semana recetarse a sí mismo un antiemético. Necesita frenar las náuseas y los vómitos que empezó a sufrir la mañana en la que escuchó a Arnaldo Otegi anunciar el apoyo de EH Bildu a los presupuestos generales del Estado que Pedro Sánchez ha llevado al Congreso.

Más dosis del antiemético debió tomar conforme avanzaban las horas y los días, al confirmar algo que Guillermo Fernández Vara ya sabía que iba a ocurrir: nadie en el Gobierno de la nación ni en la alta dirección del Partido Socialista (si es que hay dirección al margen del propio secretario general) ha puesto en cuestión la conveniencia de tener cerca a EH Bildu.

La democracia española es tan generosa que permite al partido heredero de una banda terrorista estar en las instituciones. Y esa presencia institucional es el pretexto de la hinchada gubernamental: nada impide llegar a acuerdos con un partido legal. Nada, salvo un mínimo sentido del pudor que podría aconsejar que se establezca alguna distancia con determinados agentes políticos, como ya hacen el Gobierno y sus socios con Vox, por ejemplo. EH Bildu está en las instituciones, pero no es obligatorio pactar con Arnaldo Otegi. El ejercicio del terrorismo o su justificación es la última frontera. O lo era. Y vernos en la necesidad de explicar obviedades como esta dice mucho de hasta dónde hemos llegado.

Así lo pensaba también Pedro Sánchez en otros tiempos, cuando se mostraba extraordinariamente firme en una entrevista en televisión: «Con Bildu no vamos a pactar. Se lo repito. Con Bildu no vamos a pactar. Nosotros tenemos una línea roja, que es la defensa de la Constitución española. Creo que estoy siendo bastante claro. Perdone, pero le estoy diciendo que con Bildu no vamos a pactar, si quiere lo digo cinco veces o veinte durante la entrevista. Con Bildu no vamos a pactar. Con Bildu, se lo repito, no vamos a pactar». También Sánchez le dijo a Carlos Herrera hace unos años que «producen náuseas las cosas que dice Otegi» –como le ocurre ahora a Fernández Vara– y, contradiciendo a José Luis Rodríguez Zapatero y a Pablo Iglesias aseguró que Otegi «no es un hombre de paz».

Como en cierta ocasión dijo el líder de Podemos, «hacer política es cabalgar contradicciones». Y eso es comprensible, así en la política como en la vida. Pero, de la misma forma, hay que asumir el coste de la contradicción. Y, de momento, esta segunda parte no se produce.

Porque, igual que ocurrió con la promesa de no formar coalición de gobierno con Podemos, la pérdida de sueño que pudiera provocarle a Pedro Sánchez un acuerdo con EH Bildu ha dejado de ser un problema de salud política. Otegi es un integrante más de la mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno. Business as usual. Y, como consecuencia, el Gobierno Sánchez-Iglesias es más fuerte.

El sector PSOE de la coalición está siendo abducido por el sector Podemos. Pablo Iglesias corretea con desparpajo y con plena libertad dentro y fuera del hemiciclo, metiendo en el saco todo voto disponible en la izquierda y el independentismo. Y ya quedan pocos que no se hayan unido al club: después de sumar a EH Bildu, solo faltan los representantes de Puigdemont y los diputados de la CUP. Impresiona la tolerancia con la que algunos estómagos aceptan determinados ingredientes. Sin náuseas ni vómitos.

Parafraseando a Adolfo Suárez, Pedro Sánchez intenta elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de Pablo Iglesias es simplemente normal. Y se produce con la aquiescencia de una parte importante del sector social al que representaban los socialistas, que ahora parece apreciar más la permanencia en el poder –sin mirar el precio–, que la propia esencia del PSOE como institución más que centenaria. Porque las voces de Fernández Vara, Lambán o García-Page están amortiguadas por su fidelidad, por eso que se dio en llamar el patriotismo de partido. De hecho, sus críticas sirven para que la alta dirección disponga de un relato autojustificativo de que los viejos principios no se han diluido, a pesar de todo.

Pero la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, ha convertido en escena común fotografiarse con los diputados de Bildu, y el ministro José Luis Ábalos asegura que incluir a Bildu en la lista de partidos satélites del PSOE es equivalente a la actitud que mantuvieron el 23-F el general Gutiérrez Mellado y el líder comunista Santiago Carrillo.

A esa misma hora, el diputado de EH Bildu en el Parlamento vasco Arkaitz Rodríguez –antiguo miembro de ETA– decía que «vamos a Madrid a tumbar definitivamente el régimen». Nadie debe sorprenderse. Tal y como se cuenta en la famosa fábula de la rana y el escorpión, está en su naturaleza.