Opinión

Mojones

Era muy chico, Crescencio, cuando empezó a dormir en los tinados y observar el cielo raso. El padre lo había dejado huérfano y al zagal de seis años le tocó aprender de pastor en El Bonillo, Albacete. Y una tarde, ensimismado con la forma de un canto, le pareció entrever una cara. Que son cosas que pasan cuando miras fijamente la naturaleza, que parece que salen los patrones del mundo. Y se puso con un punzón y, dale que dale, le salió talmente. Llanos, su mujer, quedó maravillada del parecido. Pero Crescencio era exigente y acabó rompiendo la talla. Lástima.
El pastor desarrolló la querencia del arte y cada hito, cada mojón del camino, se le antojaban vírgenes y profetas y yuntas. Y convirtió muchos en estatua. Le llevaban piedras grandes a casa, bloques berroqueños que llegaban con la retroexcavadora y él transformaba. El taller se fue llenando a tente bonete, hasta hacerse museo. Encargos, no hace: «Si alguien me pide algo, no sé sacarlo en piedra. Yo sólo he hecho esculturas de cosas mías que quería contar. ¿Lo más bonito? ¡El Cristo de los Milagros!» Era tan suyo, tan suyo aquel cristo, que le salió con una poesía, a borbotones: «Yo me encontré con una piedra en el campo y con ella me paré a hablar:/ tú tienes un Cristo ahí dentro y te lo voy a sacar/ porque ahí dentro no te ve nadie y tú te mereces más». Llora un poco, cuando lo recita.
Crescencio Garrido y su mujer se han hecho famosos porque Laura Monedero y Francisco Navarro los han sacado en el documental «La figura oculta», que no tardaremos en ver en los cines, si el virus lo autoriza. La película ha envuelto para la memoria una historia de pureza y modestia que parece un belén de Albacete. Con su pastor y su jesús, su portal, sus ovejas y su ángel Crescencio. Él tiene 88 años y lleva 82 arreando ovejas. Y ella recuerda que la cara que esculpió su marido, aquella vez primera, era la de Félix Rodríguez de la Fuente, que también sabía de bestias.