Educación

La sectaria Ley Celaá

En su momento pensé que podía ser positivo que no perteneciera al cuerpo de profesores de universidad, ya que sería más sensible a la hora de buscar un texto consensuado, pero me he equivocado y ha primado su concepción ideológica y una vocación política que ha laminado a la docente que un día fue.

Durante mucho tiempo fue un motivo de orgullo que una ley tuviera el nombre de su autor, que siempre era un ministro con una sólida formación académica e incuestionable prestigio profesional. Eran aquellos tiempos del periodo isabelino o la Restauración donde los grandes juristas, catedráticos, magistrados del Supremo, escritores, generales victoriosos, periodistas... se sentaban en el Congreso de los Diputados y el Senado. Eran oradores brillantes que subían a la tribuna sin papeles, porque para leer un discurso es mejor repartirlo y no aburrir a nadie con el tono cansino y monocorde que produce, por regla general, escucharlo en esas condiciones. Se suponía que un político tenía que ser un orador y el autor de una ley un brillante jurista. No hay más que leer las biografías de aquellos ministros, subsecretarios, directores generales, diputados o senadores. Había alguno gris, pero el conjunto era espléndido.

Las leyes importantes eran conocidas por sus autores y se sentían orgullosos, pero también eran respetadas por sus detractores. Había un sentido de patriotismo que la izquierda, desgraciadamente, ha abandonado. Eso de ser patriota les parece carca. Sus homólogos de la Segunda República nunca hubieran aceptado este planteamiento. No es posible que alguien con solidez académica y sentido de Estado se pueda sentir orgulloso de ese bodrio de reforma educativa que conocemos con el nombre de Ley Celaá y que desafortunadamente fue aprobado ayer por el Congreso. Es la expresión, es triste reconocerlo, de la visión sectaria de la izquierda y una victoria del independentismo catalán. Contó con los votos del PSOE, Podemos, ERC, PNV y Más Madrid. Es verdad que responde a ese concepto frentista que tan pernicioso es para la educación que debería ser el instrumento más poderoso al servicio de la igualdad. El «ascensor social» tiene que basarse en un sistema educativo eficaz, consensuado y exigente, pero en lugar de ello se opta por el partidismo. La ministra se sentirá muy orgullosa de dar su nombre a semejante engendro y se equivoca, porque es triste ver a una catedrática de instituto perpetrar semejante despropósito. En su momento pensé que podía ser positivo que no perteneciera al cuerpo de profesores de universidad, ya que sería más sensible a la hora de buscar un texto consensuado, pero me he equivocado y ha primado su concepción ideológica y una vocación política que ha laminado a la docente que un día fue. Un día triste para la educación.