Editorial

El PP debe representar la estabilidad

El pasado 22 de octubre, en la moción de censura que Vox presentó contra Pedro Sánchez, Pablo Casado pronunció un gran discurso, tanto como pieza parlamentaria que se echaba en falta en esta caótica y mediocre legislatura, como por la valentía que suponía marcar diferencias con el partido de Santiago Abascal y reivindicar el liderazgo del centroderecha. El riesgo residía precisamente en que ese espacio político ha gobernado en España con mayorías absolutas sólidas, de 183 (2000) y 186 (2011) escaños y, cuando no ha sido así, por mayorías simples articulando pactos sin demasiada dificultad. Lo fundamental es que toda la derecha estaba agrupada, hasta que dejó de estarlo, por la perdida de votos en su ala más centrista (Cs) o derechista (Vox). Por lo tanto, ya no basta con que el PP sepa situarse como alternativa capaz de gobernar, que tampoco es poco, sino atraerse los votos que históricamente le habían sido fieles. De ahí que la tarea que tiene por delante Casado no sea fácil: se trata de convencer a sus antiguos electores de que agrupar todo el voto del centroderecha en el PP es la única manera de poder ser una alternativa real y de superar al actual Gobierno en las urnas. No hay más camino, pese a que Sánchez haya sobrepasado todos los límites con un partido que hasta ahora había demostrado lealtad constitucional. Cuando tumbó al gobierno de Mariano Rajoy con una mayoría incongruente de partidos –de la derecha vasca del PNV, a los bilduetarras; de los independentistas catalanes que habían protagonizado un golpe contra el orden constitucional, a Podemos, cuyo objetivo era acabar con el «régimen del 78»– pocos pensaban que pudiesen formar un gobierno, aprobar unos presupuestos y concluir una legislatura. Para esta operación sólo hacía falta que participase el propio PSOE, algo improbable en otros tiempos, pero que, jibarizado por Sánchez, ha acabado siendo un aparato a su servicio.

El hecho es que esa disparatada hoja de ruta se ha ido cumpliendo, y se aprobarán los PGE con dos apoyos impensables hasta hace muy poco, ERC y Bildu, que no son dos figuras instrumentales, sino piezas de futuros pactos en Cataluña y País Vasco. Efectivamente, se han roto acuerdos básicos en el tablero político español y volverse a situar en él desde la centralidad no es fácil, sobre todo cuando el Gobierno persiste en legislar de una manera frentista, dividiendo la sociedad, cavando trincheras donde antes había consensos –baste recordar la posición que el PSOE mantenía sobre la educación concertada, por ejemplo–, expulsando al centroderecha del sistema. La guerra ideológica en la que se ha embarcado el Gobierno será puro humo si no saben afrontar la crisis económica en la que estamos entrando. El PP no tiene más camino que presentarse ante los españoles como un partido en el que se puede confiar cuando las cosas vengan mal dadas, y vendrán.