Opinión

Desventuras de la derecha

Los partidos de la derecha andan a la greña y desorientados. Las desventuras nunca vienen solas. Como apuntó Quevedo en «El Parnaso español», «huyó lo que era firme, y solamente/ lo fugitivo permanece y dura». Ven cómo el estrambótico Gobierno que preside Pedro Sánchez deja de ser flor de un día y amenaza con asentarse para rato. El apoyo, interesado e inquietante, de los separatistas vascos y catalanes a los presupuestos, con Pablo Iglesias de correveidile y componedor, asegura la continuidad, aunque sea a un alto precio. Por lo pronto, cortándole las alas a Madrid, dominio principal de la derecha. En el obsceno reparto presupuestario sacan tajada, y no sólo económica, ERC, el PNV y Bildu. Vale todo, por lo visto, para garantizar esa continuidad en el poder. El Partido Popular, Vox y Cs se quedan de convidados de piedra en un momento crítico de la vida nacional.

Pero hay más. La desastrosa gestión de la pandemia por parte del Gobierno y sus efectos sobre la economía no pasan factura, de manera significativa, al PSOE gobernante ni rompen el equilibrio de fuerzas izquierda-derecha. La reafirmación del «statu quo» de la investidura impide soñar a las fragmentadas fuerzas de la derecha con recuperar el poder. Así no van a ninguna parte. En vez de poner remedio a la penosa e irresponsable situación tratando de recuperar la unidad y el tiempo perdido, se recrudece la lucha fratricida entre ellas. Tanto desde el PP como desde Ciudadanos se multiplican los gestos y las declaraciones contra Vox, y al revés, para jolgorio de los instalados en La Moncloa. Y los buenos propósitos de Casado y Arrimadas de sumar fuerzas han saltado por los aires en Cataluña mientras la dirigente de Cs –partido desfalleciente– se arrima a Pedro Sánchez mendigando a la puerta. Éste la utiliza y la olvida.

A Vox lo han caricaturizado la izquierda y sus terminales mediáticas. Lo presentan como antidemócrata y enemigo de la Constitución. No es verdad. Es una rama desgajada del árbol del PP. Sus varios millones de votantes no son ultras peligrosos ni menos demócratas que Iglesias o Sánchez. Seguramente una pequeña facción tendría que quedar segregada. El resto, la inmensa mayoría, es recuperable. Esa es la tarea pendiente de Pablo Casado. Lo que hicieron en su día Suárez y Fraga. Si no, mal vamos. «No alumbra poco –dice también Quevedo– quien hace visibles los tropiezos y despeñaderos».