Política

Un presidente «on fire»

Pedro Sánchez está a punto de certificar un éxito político de primera magnitud: con la aprobación de los presupuestos asegura su poder para los tres años que restan de legislatura. Los desinhibidos pactos de Sánchez han mostrado –a quien aún no estuviera persuadido de ello– que en estos tiempos de la nueva política el fin de alcanzar el poder y mantenerse en él justifica cualquier medio que sea necesario utilizar. Y, sí, coaligarse con Podemos en el Gobierno, pactar con quienes proclamaron la república catalana convocando un referéndum ilegal, y sumar al acuerdo a quienes provienen de los arrabales de ETA es una definición muy ajustada de la expresión «cualquier medio».

Pero ese método de conseguir éxitos ha provocado fisuras internas en el PSOE, porque hay socialistas cuyo nivel de escrúpulos políticos es más exigente que el imperante. Y Sánchez ha considerado que este es el momento de dedicar más esfuerzos hacia dentro de su partido, mimar al afiliado y darle argumentos.

Lo hizo cuando hace unos días envió una carta a los militantes, sabedor de lo difícil que debe ser para las bases admitir que Arnaldo Otegi es el nuevo amigo del socialismo español. Y lo ha hecho este fin de semana con un discurso en la sede del partido, cuando ha tratado de dar carpetazo al chusco episodio de los pactos con ERC y Bildu para hacerlo olvidar poniendo el nuevo horizonte más allá. Mucho más allá. Ni siquiera en las elecciones de 2023 –si es que se agotara la legislatura–, sino en 2026. Un plan quinquenal para apartar de la memoria a los socios incómodos y movilizar a las huestes del partido por un fin superior: consolidar al PSOE y a Pedro Sánchez en el poder a largo plazo.

Decía quien fuera canciller de Alemania Helmut Kolh que él dedicaba al gobierno el 40% de su tiempo y al partido, el 60%. Consideraba Kolh imprescindible tener bien prietas las filas de su Unión Demócrata Cristiana, porque si no era capaz de gobernar a sus propios compañeros, no podría gobernar al resto de los alemanes. Pedro Sánchez supo en su día sumar una amplia mayoría de militantes para ganar la secretaría general del PSOE. Intuyó después con buen tino que podía conformar una alianza de grupos parlamentarios para ganar una moción de censura que echara del poder a Rajoy. Y, tanto entonces como ahora, ha hecho promesas para acabar desertando de ellas si le resultaba útil para cumplir sus objetivos. Porque ha comprobado que las promesas quebrantadas apenas tienen coste electoral cuando lo que se impone es la polarización.

Ahora, el presidente está «on fire» y 2023 se le queda corto. El objetivo es 2026. El maná de los fondos europeos es una apuesta doble para Sánchez: la apuesta de sacar al país de la crisis provocada por el coronavirus, y la apuesta de gobernar no menos de diez años. Y quién sabe si más de catorce, para batir al incómodo Felipe González y convertirse en el presidente más duradero, si no contamos la dictadura.