Opinión

La angustia de los jóvenes

La Presidenta de la Comunidad de Madrid, que está en racha –lo que no debería inquietar al PP– entregó ayer unos premios a los jóvenes, en categorías como Superación, Tolerancia y Solidaridad. Es una buena idea premiar a los jóvenes, sobre todo ahora que se tiende a responsabilizarles de buena parte de lo que está pasando con la segunda ola de la pandemia. Es verdad, como se ha dicho, que los jóvenes se comportan muchas veces como si la enfermedad no les afectara. También lo es que sobre ellos ha recaído un enorme peso en estos meses: la imposibilidad de moverse, la dificultad para encontrarse con sus amigos en un momento en que la sociabilidad es fundamental, y en múltiples ocasiones la responsabilidad de mantener la normalidad en hogares atacados por la pandemia, y antes por la separaciones y la desestructuración familiar. A los jóvenes, en realidad, se les han pedido sacrificios importantes para que los mayores no acaben en hospitales saturados. Pagan la imprevisión, la ceguera voluntaria o la política entendida como pura propaganda.

Otro aspecto, aún más grave, es un futuro sombrío, que afecta a los jóvenes como a ninguna otra parte de la población. Los problemas venían de la crisis anterior. El covid-19 ha acelerado los procesos previos y ha multiplicado los obstáculos. Los jóvenes siguen teniendo oportunidades que sus mayores ni siquiera soñaron, pero se enfrentan a una vida profesional ultracompetitiva, con escasas perspectivas de trabajo estable y, por tanto, con muy pocas posibilidades de crear pronto –o relativamente pronto– una familia. Por todo eso resulta imprescindible lanzar a los jóvenes un mensaje de ánimo y de apoyo, distinto de las promesas que hacen algunos partidos políticos ya desde la escuela, con el aprobado para todos y en cualquier circunstancia que les va a regalar la ley Celaá.

Sería conveniente insistir en el mensaje de responsabilidad que ha querido transmitir Isabel Díaz Ayuso. Si los jóvenes se muestran escépticos ante lo que les dicen sus mayores y poco entusiasmados con una democracia que no parece capaz de solucionar sus problemas (ni los de la pandemia ni los de un mercado de trabajo deficiente), no serán las buenas palabras lo que consigan interesarlos. Lo hará un diagnóstico realista y, además, una propuesta que les devuelva la confianza en el futuro. Y eso ahora mismo se refiere, tanto o más que a la situación económica, a la identidad. La sociedad en la que vivimos les ha quitado a los jóvenes los instrumentos mínimos que les permiten comprender lo que son, lo que han sido sus padres y sus abuelos, lo que es y lo que significa la sociedad en la que viven. Como es natural, no tienen confianza en el presente y esperan poco del futuro. Pero siguen tomándose las cosas en serio, como siempre lo han hecho los jóvenes. Por eso son fáciles de manipular, aunque el resultado de esta manipulación es cada vez menos consistente. Invitarles a descubrir lo que son, abrirles la posibilidad de entenderse a sí mismos es ahora mismo la respuesta política que más puede atraerlos.