Política

Contra la Corona y contra Pedro Sánchez

Una vez más, y van cinco, la Mesa del Congreso, con los votos del PSOE, del PP y de Vox, han rechazado la admisión a trámite de las comisiones de investigación contra Don Juan Carlos solicitadas por Unidas Podemos y los partidos separatistas de la Cámara. Las razones para la negativa son de índole jurídica, como han expuesto reiteradamente los letrados de las Cortes, pero, también, políticas, puesto que nadie duda de que la estrategia de la extrema izquierda española, aliada de circunstancias con los nacionalistas, busca el desgaste de la Corona por cualquier medio a su alcance, incluso si supone la destrucción moral ante la opinión pública de quien, precisamente, por su situación institucional no puede defenderse con los mismos medios. Sin embargo, tanta insistencia en la provocación tiene, forzosamente, un segundo objetivo de efectos prácticos, en la percepción de sus promotores, mucho más directos que una eventual y, desde luego, improbable caída de la Monarquía parlamentaria. Nos referimos a la presión que ejerce el líder de Unidas Podemos y vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, sobre sus socios socialistas, en una acabada maniobra propagandística con el sello de la casa, que, por un lado, al obligar al PSOE a votar con los partidos de la aborrecida derecha, busca excitar la supuesta alma republicana de sus bases más militantes, y, por otro, desgasta al propio presidente del Gobierno a la hora de capear las propuestas legislativas de aurora boreal que le plantean sus coaligados. Tal vez, Pablo Iglesias crea que la política de la radicalidad y la demagogia puede ensanchar su campo electoral, incluso, a costa de los socialistas, pero mucho nos tememos que los hechos indican lo contrario.

Como todo partido menor que gobierna en coalición, Unidas Podemos trata de mantener un perfil propio, aunque sea a costa de llevar la inestabilidad al propio seno del Gabinete. Es una táctica conocida que no suele dar buenos resultados, más si hablamos de un partido como el PSOE, cuyo peso específico en la izquierda española, pese a sus actuales dificultades, es innegable y al que bastaría un suave cambio de rumbo al final de la legislatura para presentar su flanco más institucional. Porque, además, la campaña contra la Monarquía se agota en sí misma, en cuanto no tiene más que ruido y furia declarativa, por emplear términos de folletín que tanto gustan al líder de Podemos. Y, por último, la insistencia en trasladar al imaginario público la idea de que en el Gobierno hay un sector dinámico y revolucionario, implicado en las grandes causas sociales y políticas, que tira de un dinosaurio anquilosado en los vicios de la Transición no aguanta ni la más pequeña de las crisis ministeriales.