Opinión

Los que no estarán en las fiestas

Deberíamos conocer cuántas familias se van a reunir estos días en ausencia de uno de sus miembros fallecidos por covid-19, y cuántas tienen a otro enfermo en un hospital, o aislado en alguna habitación de la casa. No se trata de recordar gratuitamente el sufrimiento. Se trata de poner en perspectiva lo que nos ha ocurrido en estos meses, empezando por lo más doloroso, aquello que ha cambiado para siempre la vida de millones de personas. Mucho antes de referirse a los mínimos, en realidad insignificantes, problemas de su padre Don Juan Carlos, el Rey hará bien en hablar de esas pérdidas, del rastro que han dejado en las familias y en los círculos de amigos, en las empresas y, también, de lo que la enfermedad requiere para el futuro. No en un sentido meramente práctico ni partidista, que no le corresponde. Lo que sería de agradecer es escuchar al Rey hablar de la necesidad de recuperar la confianza en las propias fuerzas, en nuestro país y en sus instituciones: en su unidad profunda como sociedad.

Ya estamos todos pendientes de la inminente campaña de vacunación: de cómo abre un futuro distinto, y sin duda mejor que estos meses, y de cómo ha demostrado la vitalidad de sociedades capaces de responder en un tiempo inimaginablemente breve a un desafío monumental. La vacunación, por su parte, va a poner a prueba a las administraciones públicas, los servicios, el personal… Es un esfuerzo de modernización que requiere algo más que un simple sobresalto coyuntural en la movilización de recursos.

No volveremos nunca a la situación de antes de la pandemia. La enfermedad ha puesto de relieve la fragilidad de un ser humano que había empezado a creerse casi inmortal. También nos ha enseñado hasta qué punto los atrasos en el desarrollo nos afectan a todos. Y por atrasos no hay que pensar sólo en la transmisión del virus a los humanos en condiciones de subdesarrollo, como los tristemente famosos «mercados húmedos» chinos. Por atraso hay que entender también las deficiencias de los sistemas políticos en los que vivimos, y cómo queremos superarlas. Las democracias liberales occidentales tienen problemas para enfrentarse al virus, pero han creado vacunas que acabarán con él, y no fue en ellas donde apareció y se difundió la enfermedad en los primeros momentos. Hay una responsabilidad básica de China, con su régimen opaco, antiliberal y antidemocrático.

El recuerdo de la tragedia debe por tanto apuntar a la necesidad de profundizar y mejorar nuestros sistemas liberales, democráticos y con economía de mercado. Lo que nos ha faltado, además de medios y tecnología –es decir de modernidad–, es más transparencia, más capacidad de diálogo, más responsabilidad. Si se hacen bien las cosas, dentro de poco tiempo habremos dejado atrás esta pesadilla. Quien insista en eso tendrá más argumentos para hacer ver los fallos, el sectarismo, las políticas partidistas, el oportunismo cínico… Todo lo que en estos meses ha contribuido a que el número de los ausentes sea muy superior a lo que debía de haber sido.