Opinión
Carpe diem
En Navidad, cada año el mundo entero se reúne en cada casa para celebrar, compartir y repartir la vida
Dos días antes de Nochebuena, de improviso y con una edad –cincuenta años– que en los países desarrollados corresponde a quienes están «en la flor de la vida», la bellísima modelo de los 90 Stella Tennat, británica, aristócrata, poderosa y extraordinaria, desapareció de nuestras vidas. Si fue Covid o no, se desconoce cuando escribo estas líneas. Solo ha trascendido que falleció de manera súbita en la localidad escocesa de Duns.
Ese mismo día murieron, como Stella, miles de personas desconocidas, pero tan importantes para los suyos como la propia modelo. Entre los fallecidos, los habría de muerte anunciada o, como ella, de muerte por sorpresa, pero todos se fueron en un año, donde todos nos hemos visto obligados a mirar a la muerte a los ojos. Solemos darle la espalda, y pensar que somos inmortales o que, si no lo somos, tal vez olvidándonos de que un día moriremos, desaparecerá el riesgo de que la muerte nos atrape. Pero siempre está ahí, amenazadora, demostrándonos nuestra inmensa fragilidad.
E incluso en años como este, castigándonos antes del tiempo en el que la recibimos como parte de la rutina. En Navidad, cada año, por tradición, fe, compromiso o costumbre, el mundo entero se reúne en cada casa para celebrar, compartir y repartir la vida. Este de 2020 nos hemos reunido menos, hemos compartido lo justo y no hemos repartido casi nada.
Pero nos hemos sentado a la mesa sabiendo que cada día puede ser el último y tiene tanto valor como para que nuestra obligación sea exprimirlo y disfrutarlo hasta el infinito. El mejor regalo es vivir. Por eso nada como que el de este año sea una frase: Carpe diem. Feliz Navidad.
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