Opinión
Heredar la culpa
Vivimos en un mundo donde la moral ha dejado de circunscribirse a los corazones libres de las mujeres y los hombres, dando el salto a la política, y socavando el fundamento de la libertad, que es el poder limitado.
¿Qué freno cabe interponer ante la acción de quien anhela el bien? Como es natural, la sociedad se convierte en una multitud de víctimas, de gente ofendida que busca reparar sus agravios mediante la intervención de las Administraciones Públicas. Esta lógica hipertrofia la noción de culpa.
Solo ocasionalmente damos un respingo, cuando la moralización de la política ingresa en el campo del ridículo. Así sucedió cuando el presidente mexicano, López Obrador, exigió al Rey de España que pidiera perdón por la Conquista de América. El hecho de que Felipe VI hubiese heredado la culpa después de cinco siglos ya resultó demasiado. Pero el mecanismo intelectual se mantiene, con lo que conviene estar alerta, especialmente cuando la estratagema es menos obvia para el grueso de la población.
Por ejemplo, la culpa de los capitalistas es dada por sentada, y se supone que la heredan desde que el primer capitalista explotó al primer trabajador. Este camelo promueve la expansión de la política, razón por la cual se ha multiplicado, y se urge al poder a que viole los derechos de las personas para impedir que destruyan la naturaleza, o que sean machistas, homófobas o racistas. La idea subyacente es que somos culpables, hasta que se demuestre lo contrario.
La maniobra es diestra pero no invulnerable, porque es mentira. Y, además, es una vieja mentira, porque el socialismo en todas sus variantes lo es. Como recordó Liam Warner en el «Wall Street Journal», ya Edmund Burke denunció a los revolucionarios franceses que, a la hora de violar los derechos de propiedad de la Iglesia Católica gala, se justificaron remontándose hasta la Matanza de San Bartolomé y más atrás.
Cabe refutar las acusaciones de heredar las culpas en un doble sentido. Por un lado, es evidente que la reparación de daños es tanto menos factible y tanto más injusta cuanto más tiempo haya pasado. Y, por otro lado, la asignación de culpas es habitualmente descarada en su asimetría. Digamos, parece que los desmanes en América nunca fueron cometidos por nativos americanos; y, por supuesto, la llamada «justicia universal» no se aplica a los crímenes perpetrados por la izquierda.
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